Ayer mismo, paseando por
Madrid, vi en la ventana de una oficina, supongo que alguna redacción o agencia
de prensa, dos enormes carteles con el tristemente famoso texto de “Je suis
Charlie”. “Es curioso”, pensé, “lo poco que tardamos en olvidar las tragedias,
las barbaridades y las injusticias. Sobre todo si son ajenas. Lo rápido que
pasan al desván del olvido las experiencias desagradables”. Y me alegré,
realmente me alegré de que alguien siguiera recordando a las víctimas a pesar
de todo.
No necesito recordar aquí el
artículo que entonces escribí en Tirloeses, porque cualquier lector que esté
leyendo este artículo, no tiene nada más que bajar por la pantalla con su ratón
para encontrarlo. O buscarlo en la columna de la derecha: año 2015, enero, “Je
ne suis pas Charlie”. De ese artículo remitía a otro en el que explicaba que no
me gusta nada el “yo soy…”. A pesar de todo, creo que toda forma de recordar y
honrar a los muertos es respetable. Muy respetable, diría yo. Más aún si esos
muertos han sido asesinados, como en este caso. Lo que le hace perder la
respetabilidad es cuando, lamentablemente, la sinceridad del letrerito queda
limitada a un duelo fingido para “estar a la altura”.
Y es que, quieras que no,
uno es mal pensado por la edad y desconfiado por paleto, y no puedo evitar
pensar que para algunos enfervorecidos defensores de la Libertè, hay muertos de
primera, de segunda e incluso de tercera. Porque vamos a ver, si los asesinos
de las doce víctimas de París son, no los mismos, pero sí de la misma jauría
que los que han asesinado a ciento cuarenta personas en Kenya y que los que a
diario matan, mutilan, torturan, secuestran y violan por centenares y por miles
a los cristianos en Siria e Irak ¿Por qué je
ne suis pas irakien ni kényen? ¿Por qué nadie lleva letreros para recordar
a estos otros asesinados? Y si, evidentemente, no es el número de muertos en
cada atentado ¿qué es lo que hace entonces distintos a los muertos? ¿el lugar
donde han sido asesinados? Claro, yo entiendo que París siempre es mucho mejor
lugar para morir que África, dónde va a parar. Y que Oriente Medio, para qué te
voy a contar…
Sin embargo, tengo para mí
que lo que de verdad diferencia a unos muertos de otros no es el lugar donde
han sido asesinados sino el motivo. O al menos, el motivo que los
enfervorecidos portadores de la pancarta, creen que les diferencia. Mientras
que unos, negros, moros o beduinos han muerto por ser cristianos; los otros,
tan blanquitos ellos, han muerto “por la libertad de expresión”. Y claro,
guardar luto o portar carteles y pancartas por uno -o por mil- que han
asesinado “por ser cristiano”, da cierto repelús, cierta grima a los “intelectuales”
europeos. Mientras que si los asesinados lo han sido por criticar “a todas las
religiones” la cosa varía notablemente. Lo que no saben estos mequetrefes y
soplagaitas de pitiminí, es que para los asesinos todos somos occidentales,
todos somos europeos y todos somos cristianos.
Discutían en el Senado de
Roma si con los bárbaros había que combatir, negociar o darles la ciudadanía.
Mientras, los bárbaros acampaban a las puertas de Roma.
Gonzalo Rodríguez-Jurado
Saro
Querido Gonzalo,
ResponderEliminarMuy bien traído el ejemplo del Senado Romano. Pero a pesar de todo, y pese a como termino, Roma nunca se llego a plantear combatir a los bárbaros y al mismo tiempo negociar con ellos y darles la ciudadanía. Eso es lo que estamos haciendo nosotros y por menos Roma acabó como acabó.
Además, la gran diferencia está en que los Romanos sí estaban pero que muy orgullosos de serlo. Nosotros, la civilización cristiano-occidental, no sé si tanto. Y así nos va.
Un abrazo,
Luis
Bueno, no exactamente, Luis. A lo largo de la historia de Roma se fue concediendo la ciudadanía, primero a los latini, es decir a los habitantes de la confederación del Lacio en la que se encontraba Roma. Posteriormente a los peregrini o habitantes extranjeros de Roma. Y posteriormente se fue ampliando esta concesión de ciudadanía por los territorios del Imperio hasta que, creo que con Tiberio, se dio la ciudadanía a todos sus habitantes. El problema vino cuando los pueblos centroeuropeos quisieron incorporarse a Roma, primero como tapones fronterizos para protegerle de otros pueblos. Posteriormente, cuando se aliaban con Roma descubrían las mieles de la civilización y ya querían ser romanos. Luego, venían otros y después otros... y al final los que venían no querían ser ciudadanos, sino tener los privilegios de serlo sin renunciar a sus costumbres bárbaras y sin respetar las normas de Roma ¿Te suena de algo?
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