Enorme placer me produce -o,
como diría alguien mucho más cualificado que yo, “me llena de orgullo y
satisfacción…”- poder hacer esta crónica recién llegado de La Granja. Y no en
cualquier circunstancia, que creo que esta es de las pocas vacaciones de Semana
Santa que he conocido en este nuestro pueblo y en el resto de España, en el que
ha hecho sol y una temperatura decente a lo largo de toda la semana. Otra cosa
distinta es que la primavera se resista todavía a entrar en el robledo, dejando
Los Jardines con un desnudo aspecto invernal, pero este es asunto distinto. Ya
se sabe, el roble hasta mayo… Y las hayas y los tilos, añado yo.
En todo caso parece ser que
en estos tiempos de cambios vertiginosos, estamos llamados a cambiar usos,
costumbres y formas de pensar. E incluso de actuar. En concreto, me refiero a
la actitud que cada uno de nosotros tenemos ante lo que toda la vida de Dios,
se ha llamado una juerga. Y es que parece lógico: en tiempos más gloriosos,
existía la norma no escrita de que “de
noche, todos los gatos son pardos”. Esto, explicado para aquéllos que no han
tenido la fortuna de estudiar un bachillerato decente o lo que es lo mismo, para aquéllos a los que
el Estado ha traicionado entregando su educación a los caudillitos locales,
quiere decir que lo que ocurría en una juerga, nadie lo “recordaba” al día
siguiente. Ni quién había estado ligando con quién, ni quién se había
emborrachado, ni quién había dicho qué. Como una especie de amnistía sobre lo
que nadie quería -o a nadie convenía- que hubiese pasado. Vamos, una especie de
pacto entre señores, señoras y no tan señores ni tan señoras. Al final, un
manto de silencio culpable y protector. Pero héteme aquí que sobre tan
herméticos y silenciosos círculos, empezó a cernirse una terrible amenaza. Y
esta no era otra que la de que todos y cada uno de los asistentes llevasen en
su bolsillo no solo un teléfono, sino que
además ese mismo teléfono fuera una cámara de fotos, una de vídeo y una
grabadora. Maldita la hora.
Si antiguamente podías
recordar con cariño una noche de canciones, de bailes o de chapuzones, en la
actualidad corres el riesgo de que las imágenes de esas canciones, esos bailes o
esos chapuzones, aparezcan ante ti con toda su crudeza. Es decir, que alguien
te enseñe no lo que tú has idealizado, sino lo que en realidad ocurrió. Lo que
hiciste en un momento de euforia etílica, sexual o de ambas simultáneamente. Que
te veas en un lamentable estado, cantando rancheras a voz en grito, bailando un
tango apache con tu secretaria o saliendo del mar como Dios te trajo al mundo.
Pero sin que se trate del Nacimiento de Venus, ni mucho menos hayas sido
retratado por Sandro Botticelli. Ni
siquiera por Robert Capa sino por un compañero de juerga que, con mejor o peor
intención, decidió inmortalizar el momento. Y claro, al final el camino del
infierno está alfombrado de buenas intenciones y las imágenes se acaban
volviendo contra uno mismo. Saliendo cuando menos falta hace o cuando peor te
viene que salgan, y circulando por guasapes, feisbuses y demás sistemas de
atropello sistemático de la intimidad. Lo que es curioso, es que el improvisado
reportero nunca publica imágenes de sí mismo sino de otro…
Por cierto, increíble la
comida mexicana que organizaron en su casa de La Granja Juan García de la Vega
y Susana Lapique, el Jueves Santo. Ya se sabe, a los García de la Vega no hay
más que tocarles las palmas para que arranquen todos a una, como un solo
hombre. Allí, entre vino, margaritas, bullshots y buena gente, tuve la
oportunidad de interpretar mano a mano, con César y Santi Villarrubia, una
buena retahíla de rancheras. Lo digo por si alguien me encuentra en su pantalla
al abrir su correo o su Féisbu. Advertidos quedan.
Qué felices y entregados al canto se os ve...Con razón os han inmortalizado en esa foto...jajaja.
ResponderEliminar"Serena escúchame, Magdalena,
ResponderEliminarpues no fui yo ¡no, no fui!
Fue el maldita cariñena
que se apoderó de mí..."