miércoles, 12 de diciembre de 2018

USTED PUEDE SER FASCISTA (Y NO SABERLO)


Sí, usted: un respetable padre familia casado o divorciado; usted, una esforzada trabajadora que a diario aguanta tonterías y también recibe alegrías de clientes, compañeros o jefes; o tú, que se te encoje el estómago cuando tienes que entregar un trabajo a tu profesor o leerlo ante tu clase.

Porque la condición de fascista, mire usted, no la elige uno libremente. No es como ser socialista, liberal, democristiano o comunista. La condición de fascista se te asigna señalándote con el dedo mediante unas declaraciones a una revista, a la radio o incluso desde La Sexta. Y por supuesto, si además de señalarte como fascista pueden pegarte o señalarte para que alguien lo haga, la asignación del título quedará mucho más redonda y completa. Por resumir: no eres fascista porque libremente quieras serlo o porque tu ideología se asimile a ninguna otra, sino porque alguien dice que lo eres.

Pero claro, normalmente esa cualidad de designar, señalar y acusar no se la ha otorgado nadie al acusador; ni siquiera la ha obtenido por méritos académicos o por escalafón: sencillamente, te acusa de fascista quien quiere complicarte la vida. Y esto es debido a que, una vez señalado y debidamente acusado, hay barra libre para pegarte, amenazarte y acosarte a ti o a tu familia. Bueno, lo cierto es que si ese acoso se debe a que “eres un fascista”, entonces no es un acoso, es un “escrache” ¿Y que es un escrache? Pues en realidad el vocablo no tiene entrada en el diccionario de la RAE, pero viene a significar lo mismo que acoso, solo que la víctima es un “fascista”.

Y dirá usted que soy un exagerado, puesto que usted sabe perfectamente lo que es el fascismo, quién es un fascista y quién no lo es. Y probablemente tenga usted razón. Por ejemplo: un fascista sería aquél que quiere derribar por la fuerza un sistema constitucional, democrático y legítimo; mientras que un demócrata sería aquél que lo defiende. Un fascista sería aquél que utiliza la violencia como forma de obtener sus objetivos políticos, mientras que un demócrata se sirve solamente del voto y la palabra; Un fascista sería aquél que pone su territorio por encima de cualquier persona; mientras que un demócrata cree que los derechos son de los individuos y no de los territorios. Un fascista sería aquél que se ampara en su manada y en símbolos como uniformes, desfiles de antorchas o banderas; mientras que un demócrata cree que quien tiene una opinión debe defenderla pacíficamente y, sobre todo, no imponérsela a nadie. Un fascista es aquél que se desgañita gritando y pidiendo la horca para quien hace algo que no lo le gusta, y calla como una oveja muesa cuando uno de sus camaradas hace o dice exactamente lo mismo; mientras que un demócrata juzga los hechos y no a las personas: el corrupto es corrupto y el maltratador es maltratador, sean del partido que sean.

Hasta aquí, puede que estemos de acuerdo. El problema viene cuando son los que se autodenominan demócratas y anuncian que quieren cargarse la Constitución, los que acusan a alguien de fascista. O incluso cuando declaran solemnemente la “alerta anti fascista”. El problema viene también cuando los que utilizan la violencia sistemática y organizada para conseguir sus fines, te llaman fascista. O cuando los que quieren echar de su territorio a los que no piensan como ellos, te llaman fascista. También es un problema que se organicen desfiles con banderas, botas y uniformes paramilitares, para intimidar a los “fascistas” y todo el mundo calle la boca. Incluso me parece un problema que se organicen algaradas intentando romper la cabeza a los “fascistas” que se manifiestan pacíficamente, y la policía proteja a los agresores. Tampoco es un problema menor que los que pertenecen a un partido nacido de una banda de asesinos, ladrones y secuestradores, te señalen como “fascista”. Cuando todo esto sucede, pueden ocurrir dos cosas: o estamos viviendo una absoluta esquizofrenia, o estamos mirando para otro lado y negándonos a ver la realidad.

Pero vamos, que igual son solo cosas mías. Es que uno es un poco exagerado y después de todo, quién soy yo para juzgar a nadie…

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