domingo, 23 de enero de 2022

El COVID son los padres

 

Desista de su intento quien quiera encontrar en este artículo cualquier atisbo de negación de la enfermedad o de teoría de la conspiración. La enfermedad existe y se ha llevado por delante a cientos de miles de personas, incluido algún amigo al que tenía gran cariño. Y hasta la fecha, el único remedio que tiene es la vacuna, aunque esta sea todavía bastante incompleta. El único chip que nos han insertado, lo hemos pagado con mucho gusto de nuestro bolsillo, en torno a los ciento cincuenta, doscientos o trescientos euros. Y lo tenemos tan insertado que, si salimos de casa sin él, volvemos corriendo o pasamos un día negro, echándolo de menos. Puede ser Samsung, LG, Apple, Xiaomi… Si alguien nos quiere localizar desde un satélite, no tiene más que buscarnos por nuestro número de teléfono, que a su vez está ligado a nuestro nombre, casa, trabajo, etc. Desde allí se puede saber dónde estamos, dónde hemos estado, cuántas veces, con quién, cuánto hemos pagado, cómo, etc. Y si usted no se lo cree, pregúntese quién cambia la hora de su teléfono el último domingo de marzo o el último de octubre.

Si es usted de los que tuvo la suerte de tener unos padres que se molestaron en educarle, o de los que se ha tomado la molestia de educar a sus hijos, le sonará de algo eso de:

- “¡No sales hasta que tu cuarto esté hecho!”

- “Si ya está hecho”

- “De eso nada, esa colcha está hecha un guiñapo ¡no sales!”

O lo de:

- “Me dijiste que si recuperaba Geografía podía apuntarme a baloncesto”

- “Sí, pero me ha mandado una nota tu profesor…”

Y es que, son muchas las ocasiones en las que hay que hacer de la necesidad virtud. Situaciones en las que en lugar de decir no a algo que no se considera conveniente, se aprovecha para corregir un comportamiento que se considera poco adecuado o innecesario. Una actitud loable, sin duda, no sólo por el sacrificio que requiere, sino porque redunda en bien de personas a las que queremos, como son los hijos.

Ahora bien, que sea una actitud loable, no quiere decir que tenga que ser utilizada por los poderes públicos en su relación con los ciudadanos. Por decirlo de manera más simple, es inadmisible que el poder político trate a los ciudadanos como menores de edad. Si nadie me dice otra cosa, la relación del Poder con los administrados debe ser de servicio, dado que son estos quienes eligen a sus representantes para esa función. Por eso es inadmisible que nada menos que todo un Presidente del República Francesa, diga públicamente que va a perseguir con saña a quienes no se sometan ponerse a una vacuna. Las vacunas, las medicinas y las intervenciones quirúrgicas son opciones privadas a las que cada uno tiene derecho y se somete en función de sus necesidades, sus apetencias o sus posibilidades.

Es  verdad que habrá quien argumente que, si no te quieres vacunar, luego no debes ser atendido si caes enfermo. Pero no dicen que si conduces borracho no debes ser atendido en urgencias después de un accidente; que si frecuentas los prostíbulos no debes ser tratado con penicilina; que si te pierdes en el monte escalando, no debes ser rescatado por un helicóptero; que si consumes cocaína, no debes recibir atención en caso de infarto; que si no te vacunas de la triple vírica no puedes ser curado en caso de contraer el sarampión, la rubeola o las paperas; o que si engordas más de la cuenta, no debes recibir tratamiento contra el exceso de azúcar. Si llegamos a aceptar que sea el Estado quien determine lo que podemos comer, podemos beber y podemos hacer, habremos entrado en la dictadura perfecta, que es la que entra en tu intimidad, en tu casa y en tu cama. Y eso hoy, que se sepa, solo existe en China, Corea, Cuba y algún país más. Pero parece que a los bien pensantes eurócratas no les parece una mala idea.

Primero nos dijeron que era una crisis sanitaria en una desconocida ciudad china. Cuando aquello se extendió, nos dijeron que no era probable que saliera de China. Cuando se extendió por Asia, dijeron que estaba controlado. Cuando llegó África dijeron que no saldría de allí. Cuando llegó a Europa, que no hacían falta mascarillas y que se podía viajar tranquilamente. Cuando nos encerraron en casa, dijeron que era legal suspender el derecho a la libre circulación, e incluso sancionar a quien la policía señalara. Es decir, se aprobaron leyes de excepción y se cerró el Parlamento. El único precedente de cerrar un parlamento en Europa era el de Hitler, cuando cerró el Reichstag y posteriormente le prendió fuego. Después nos dijeron que podíamos salir, pero no juntarnos. Luego, que no podíamos ir a los bares, a los teatros ni a trabajar. Luego que sí podíamos ir a trabajar, pero no a los bares. Después dijeron que, si nos vacunábamos el cincuenta por ciento de la población, la cosa estaba hecha. Después que el setenta, después que el ochenta y después que el noventa. Cuando nos vacunamos el noventa por ciento, nos dijeron que es que era otra variante... y en todos los casos las autoridades, como en cualquier dictadura, contaron con el apoyo inestimable de la “policía de los balcones”: los ciudadanos “ejemplares” que denuncian a sus vecinos ante la autoridad protectora.

Lo malo es que esa autoridad no es protectora como la de los padres, ni nos vigila, nos prohíbe o nos sanciona porque nos quiere y quiere lo mejor para nosotros. No, no es que el COVID sean los padres, es que hay quien se cree que puede tratarnos como nos trataban nuestros padres, pero sin darnos nada a cambio. Me temo que es una cuestión de dominio, de control puro y duro y que tiene mal arreglo: como siempre nos callamos, siempre dan un paso más.

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