jueves, 19 de octubre de 2023

La mala educación

 

Creo que el título de este artículo coincide con el de una película de Pedro Almodóvar. Nada que ver, no me interesa el cine en general, menos aún el cine español, salvo honrosas excepciones y nada en absoluto Pedro Almodóvar. Ni en general los ignorantes que dan lecciones de todo sin saber de nada. O sabiendo solamente de cine subvencionado, que para el caso…

Lo que sí me interesa, en realidad me preocupa, es la absoluta degradación en la que ha caído la convivencia en España. Una convivencia que desde principio de siglo dio frenazo y marcha atrás, sin que hasta ahora haya dado síntomas de mejora. Quien como yo, fuera joven a final de los setenta y a lo largo de los ochenta y los noventa, sabrá de lo que hablo. Entonces podías tener amigos de todas las tendencias políticas, salir juntos e incluso hablar de política sin que nadie te insultara, te acusara de genocida o te retirase el saludo. Todos estábamos de acuerdo en que estaba muy mal que hubiera una banda de asesinos, secuestradores y extorsionadores; o una oligarquía industrial dispuesta a cargarse la convivencia entre españoles para sacar más dinero. Pero, en fin, eso es tiempo pasado y, como bien dijo Jorge Manrique, cualquier tiempo pasado fue mejor.

El hecho es que siempre ha habido gente educada y gente mal educada. Y normalmente, estos últimos se pensaban que la educación era saber coger los cubiertos en la mesa, ceder el paso a las señoras… y poco más. Es decir, la parte más superficial e irrelevante de la educación. Pero claro, no se puede pedir al burro que galope ni a la gallina que vuele. Quien no está capacitado para aprender algo, no es culpable de su ignorancia. Lo malo es que el crecimiento de gente que ignora las más elementales formas de convivencia, es exponencial. Las generaciones van pasando y quien no tiene educación, no puede enseñársela a sus hijos.

Las formas son importantes porque reflejan el fondo o, por decirlo de otro modo, todos somos lo que parecemos, salvo excepciones puntuales. Si usted ve a una persona en traje de baño, con una toalla al hombro, normalmente vendrá de la playa o de la piscina; si ve un coche fúnebre con varias personas o coches caminando detrás, muy probablemente se trate de un entierro… y si ve a un tío gritando e insultando a su mujer en un sitio público, sin duda se encuentra usted ante un auténtico gañán.  Lo dicho, las formas indican el fondo con bastante exactitud. Y si hay algo que es forma pura, pura representación, son los símbolos, en concreto la bandera o las banderas, que tanto da. Cada uno la suya, desde la bandera nacional, a la de su comunidad o la de su equipo de fútbol, resulta del todo inadmisible, por respeto a la institución que cada una de ellas representa, utilizar una bandera como capita al modo de Superman, como mini falda o como bufanda. Por mucho que con ello se quiera tener más cerca. Esa bandera representa una serie de ideas, personas y, sobre todo, sentimientos, que merecen ser tratados con la máxima dignidad y respeto. Si se respetan, claro, porque hay banderas que personalmente me producen picores, pero este es otro tema. Nunca me haría una capita con la bandera de Portugal, por respeto a nuestros hermanos portugueses; ni con la bandera de Francia por respeto a nuestros amigos franceses; ni siquiera con la de Marruecos, por respeto a nuestros no tan amigos marroquíes. Cuánto menos con la nuestra.

Quien tenga la suerte de pasear por Madrid, sobre todo en época de terrazas, podrá comprobar de manera casi inexorable que en todas y cada una de ellas, hay al menos una jovencita con los pies encima del asiento. Normalmente chicas, repito. Parece ser que creen que esto les da un aire desenfadado, relajado y juvenil. Entiendo que en su casa también se sentarán así y no lo critico: cada uno en su casa hace lo que le da la gana… o lo que le dejan. Pero hacer eso mismo en un sitio público, aparte de imitar la postura de los chimpancés cuando les ponen en una silla, resulta poco respetuoso para quien se vaya a sentar después en la silla, poco higiénico por estar tocándose los pies en la mesa y poco estético en general ¿Alguien se imagina a la presentadora del Telediario sentada en su mesa con los pies en el asiento? ¿Y a la directora de la sucursal a la que vamos a pedir un crédito? No parecería muy desenfadada y juvenil sino una auténtica imbécil. ¿Y una profesora haciendo lo propio en clase? ¿Qué respeto transmitiría a sus alumnos? ¿Nos darían mucha confianza una doctora o una abogada que nos recibieran de esa guisa? Pues al final, como hemos visto antes, la educación cuida las formas y las formas cuidan la imagen de quien las usa. No es nada más que eso, ni nada menos.

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