Si es que se pone uno a ver
las distintas formas de maltratar, patear, humillar y vilipendiar el
Diccionario de la Real Academia Española y no para. Juro que no tengo ninguna
intención de convertir Tiroleses en un manual de Lengua Española, Léxico ni
nada parecido. De hecho prometo cerrar la serie con este tercer artículo. Pero
es que a veces uno se revuelve como los cangrejos cuando los echan a la sartén.
Ya he dicho alguna vez -a lo
mejor muchas- que tengo la higiénica costumbre de no ver la televisión. Y no la
veo entre otras cosas porque me molestan la gente que habla con las manos, la
gente que habla sin decir nada y la gente que no sabe explicar lo que quiere
decir. Pero claro, si esto le ocurre a las cotillas profesionales y a los periodistas
de pluma fácil, es asunto de quien quiera verlo, no mío. Pero es que además lo
vemos en profesionales que aparentemente deberían saber leer y escribir. La prensa,
siempre la prensa…y es que muchas veces -demasiadas- les oímos utilizar palabras
cuyo significado ignoran. Y en muchos casos ignoran su significado por el
sencillo motivo de que tal significado no existe.
Asisto últimamente curioso
al enorme problema (no a la problemática,
por favor) que tenemos en España con el aforamiento
de los cargos públicos ¡Aforamiento,
con un par! Es que parece lógico: si uno es aforado es que disfruta de un buen aforamiento. Lo mismo que si uno está
operado es porque acaba de sufrir un operamiento;
si está interesado puede ser porque tenga mucho interesamiento en algo; y si está asustado es porque ha recibido un
gran asustamiento. Por supuesto, ser
aforado no significa en absoluto gozar de un fuero, que solo les puede pasar a
una parte de los españoles que, precisamente por no querer ser españoles, tienen
muchas más ventajas al serlo. No, señores, ser aforado es gozar de un buen
aforamiento. Pues no se hable más.
Y es que en España, vieja
nación de localistas e individualistas impenitentes, llevamos más de cinco
siglos luchando por nuestros aforamientos.
Ya los comuneros se alzaron en el siglo XVI contra el Emperador por defenderlos;
y en el XIX tres guerras carlistas asolaron España, no tanto por defender la
legitimidad de las aspiraciones de Carlos VII al Trono, como por defender los aforamientos propios de cada región,
provincia o pueblo. Ya se sabe, el lema de los carlistas era: Dios Patria, Aforamientos y Rey. Incluso a lo largo de
gran parte del XX, Franco gobernó con mano de hierro España apoyándose en las
Leyes Fundamentales que incluían, cómo no, el Aforamiento de los Españoles y el Aforamiento del Trabajo.
Y que a estas alturas
todavía haya quien no sabe lo que es el aforamiento…
Gonzalo rodríguez-Jurado
Saro
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