sábado, 13 de febrero de 2016

Los nuevos dioses

Los que ya hemos coronado la cumbre en nuestra trayectoria vital y, una vez pasados los cincuenta, sabemos que ese camino es ya indefectiblemente cuesta abajo hacia el epílogo, tenemos unos recuerdos infantiles, casi, casi imposibles de contar a quienes no los vivieron. Tenemos recuerdos que asombrarían a más de uno y a más de dos de los que ahora toman las riendas de la sociedad. Recordamos la televisión en blanco y negro con solo dos canales; con Despedida y Cierre a las doce de la noche, sonando el Himno Nacional. Recordamos las calles y las carreteras de España, solo con coches de marca SEAT o Renault. Las playas sin top less. Recordamos también el fútbol los domingos y solo los domingos. La digestión en la piscina y el ayuno en Cuaresma. Las procesiones de Semana Santa, y los bares y comercios cerrados el Viernes Santo.

No diré que era una España gris, triste y deprimente porque yo, al menos, no la recuerdo así. Allá cuente cada cual la Historia como la vivió, que de todo habrá y no todo agradable, por desgracia. A lo mejor es culpa mía, por no ver lo que tengo que ver en televisión y por no repetir lo que tengo que repetir cuando escribo. Pero no, lo cierto y verdad es que, al menos lo que yo viví, fue una España en permanente progreso y desarrollo. Una España donde, seamos sinceros, a casi nadie le importaba en absoluto la política, y en la que todos los que ahora dicen que sufrían la represión, vivían mucho mejor que ahora. Es verdad que el cambio era necesario, que tuvo lugar en el mejor momento posible y, sobre todo, que fue todo lo pacífico que pudo ser. Con el permiso de las víctimas del terrorismo, claro, que no todo fue tan bonito como nos cuentan ahora. Pero en fin, había que evolucionar y evolucionamos.

Y uno de esos cambios necesarios, entre otros muchos, fue el paso del nacional-catolicismo a una sociedad, una política y un estado laicos. Una sociedad donde quien quisiera pudiera abrir su bar el Viernes Santo, o donde el señor obispo no tuviese la capacidad de decidir dónde, cómo ni cuándo podíamos tomar el sol los españoles. Menos aún las españolas, por fortuna. Pero claro, como somos españoles y los españoles somos como somos, del Estado laico pasamos al estado laicista; de comer pescado los viernes pasamos a comernos vivos a los curas; pasamos de sacar al santo en procesión para que lloviera, a maldecir a todos los santos del cielo cuando llovía. O sea, nos volvimos a pasar de frenada. Y claro, hoy tenemos lo que tenemos.

Abres tu Facebook para cotillear la vida de tus amigos, y te aparece una estampita de San Steve Jobs sobre un fondo oscuro, con aureola y mirada penetrante. Y el santo en cuestión te larga un pensamiento filosófico-religioso, para que lleves una vida recta y ordenada a ganar mucho dinero. Abres tu correo y te llega un Power Point que contiene el Sermón de la Montaña, que parece ser que largó San Bill Gates a unos pobres niños de un colegio. En él les conmina a ser constantes y a no desesperar en su afán de hacer muchos millones de dólares. Pones la televisión y el locutor está oficiando alabanzas a San Cristiano y San Mesi. Pero no por su sobrenatural talento futbolístico -que no deportivo en el primer caso-, sino por su ilimitada capacidad de amasar millones de euros. Por su avión particular, por la última modelo que ha dormido en su cama o por la marca de su nuevo cochazo. Más aún si te interesa algo el sub mundo del cine, donde no solo nada es lo que parece, sino que lo que es, es siempre infinitamente peor que lo que parece. Donde pasan por actores cualquier efebo, asaltacamas o buscona. Donde, cuando es imposible calificar a alguien de buen actor o buena actriz, se admiran sus millones, su casa o sus vacaciones. Hay otros “dioses” a los que hay que adorar sin más remedio, como son el “Racismo Positivo”, o el perdón que los blancos debemos pedir al resto de las razas del mundo, sin que nadie nos lo haya solicitado. Y el “Feminismo Negativo”, o perdón que cada hombre debe pedir a las mujeres por el hecho de serlo, renunciando a toda igualdad de derechos.


En definitiva, hemos cambiado las estampitas de santos y mártires por el cuché de figurones y chupa cámaras;  la misa de doce por Sálvame; y la boda por el banquete. No sé si será mejor, pero desde luego es mucho más frustrante. Mientras antes te exigías a ti mismo ser buena persona, lo consiguieses o no; ahora te exiges ser rico y famoso, sin conseguirlo en el noventa y nueve, coma nueve, por ciento de los casos.

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