Yo soy uno de eso tipos a
los que tú llamas casta. Fíjate si soy casta, que he trabajado cuatro años en
el Ayuntamiento de Madrid, diez en el de Majadahonda y ocho en las mismísima
sede del Partido Popular, en la calle Génova, 13 de Madrid. Todo ello porque creía en lo que hacía, porque cuando
yo empecé, éramos cuatro idiotas. No se puede ser más casta ¿verdad? Tú en
cambio, eres la gente. Porque claro, tú decides quién es gente y quién no es
gente. Quién tiene derecho a existir y quién no. Nada nuevo, por otra parte.
Eso ya lo inventó aquél genio de la comunicación política que se llamó Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda
del III Reich, del que tus jefes saben mucho y habrán aprendido tanto, aunque a
ti supongo que ni te suena. Como por ejemplo, poner películas en las que salen
ratas cuando nombran a los judíos. O llamar “la gente” a los nuestros y “la
casta” a los que no son nuestros. No en vano son todos profesores de
Comunicación Política en la Complutense. Bueno, unos profesores y otras
alumnas. Unas más aventajadas que otras, supongo. Por ejemplo, la que ya todo
el mundo conoce como la Pija de Podemos, porque venía del Liceo Italiano y
llegó a portavoz del Ayuntamiento de Madrid, previo paso por un asalto a la
capilla de la “Complu”. Y previo paso por una relación sentimental con uno de
sus profesores. Bueno, lo que ahora se llama una relación sentimental, que en
mi época se llamaba la que se tira al de Comunicación Política. Qué mal gusto
¿no? Menos mal que han cambiado los tiempos. Pero vamos, de los ocho años que
he estado yo en la universidad en dos carreras distintas, he conocido a varias
que han tenido una “relación sentimental” con algún profesor. Y siempre
aprobaban, oye. De ahí que veáis tan mal lo de ser casta.
Pues eso, que yo soy casta.
Yo, que mantengo mi casa y a mis hijos con ayuda de mi mujer, que trabaja a
media jornada, y con lo que cobro del paro. Pero el paro se va acabando: “TIC-TAC”,
como le gusta decir a tu jefe. Yo, que en los momentos mejores, cuando los dos
ganábamos para vivir con cierta holgura, no juntábamos la décima parte de lo
que gana cualquiera de los que ahora nos venís a dar lecciones. Yo, que jamás
he estado afiliado a ningún sindicato, de esos que utilizan la amenaza y la
extorsión para beneficiar a sus afiliados y solo a sus afiliados. De los que
utilizan a sus contactos para chantajear a sus jefes y a sus compañeros. Yo,
que he trabajado durante años con contratos de dos o tres meses. Yo, que he
visto cómo en los departamentos de la universidad había que entrar con los
pantalones bajados y agarrándose los tobillos con la manos. Que he visto cómo
se aprobaba una plaza en la universidad como regalo de boda, porque la interina
se casaba al día siguiente de la oposición. Que he visto cómo un mismo apellido
se repite hasta ocho veces en más de un departamento de la Complutense.
Pues mira, no. No estoy
dispuesto a que vengas tú, que en el noventa por ciento de los casos eres un niñato
o una niñata universitaria, que vives en casa de papá y mamá, o que mantienes
una casa en una zona de clase media-alta de cualquiera de las grandes capitales
de España, a darme lecciones de nada. Aquí las lecciones no las dais los que
jamás habéis hecho una cola en el INEM. Ni los que nunca habéis sido tratados
como sospechosos por querer cobrar solo una parte de lo que durante años te
quitan de tu sueldo. No, colega. Si quieres aprender lo que es buscarse la
vida, cierra el pico y abre las orejas. Pero si lo que quieres es venir a
seguir mandando y a dar lecciones de moral, como siempre has hecho en casa de
tus papás y a creerte que estás salvando al mundo, lo mejor es que te vayas a
tomar… el aire.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro
Gonzalo, cojonudo.
ResponderEliminarGracias, Iván. Un abrazo.
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