sábado, 20 de febrero de 2016

Yo soy uno de esos tipos...

Yo soy uno de eso tipos a los que tú llamas casta. Fíjate si soy casta, que he trabajado cuatro años en el Ayuntamiento de Madrid, diez en el de Majadahonda y ocho en las mismísima sede del Partido Popular, en la calle Génova, 13 de Madrid. Todo ello  porque creía en lo que hacía, porque cuando yo empecé, éramos cuatro idiotas. No se puede ser más casta ¿verdad? Tú en cambio, eres la gente. Porque claro, tú decides quién es gente y quién no es gente. Quién tiene derecho a existir y quién no. Nada nuevo, por otra parte. Eso ya lo inventó aquél genio de la comunicación política que se llamó Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda del III Reich, del que tus jefes saben mucho y habrán aprendido tanto, aunque a ti supongo que ni te suena. Como por ejemplo, poner películas en las que salen ratas cuando nombran a los judíos. O llamar “la gente” a los nuestros y “la casta” a los que no son nuestros. No en vano son todos profesores de Comunicación Política en la Complutense. Bueno, unos profesores y otras alumnas. Unas más aventajadas que otras, supongo. Por ejemplo, la que ya todo el mundo conoce como la Pija de Podemos, porque venía del Liceo Italiano y llegó a portavoz del Ayuntamiento de Madrid, previo paso por un asalto a la capilla de la “Complu”. Y previo paso por una relación sentimental con uno de sus profesores. Bueno, lo que ahora se llama una relación sentimental, que en mi época se llamaba la que se tira al de Comunicación Política. Qué mal gusto ¿no? Menos mal que han cambiado los tiempos. Pero vamos, de los ocho años que he estado yo en la universidad en dos carreras distintas, he conocido a varias que han tenido una “relación sentimental” con algún profesor. Y siempre aprobaban, oye. De ahí que veáis tan mal lo de ser casta.

Pues eso, que yo soy casta. Yo, que mantengo mi casa y a mis hijos con ayuda de mi mujer, que trabaja a media jornada, y con lo que cobro del paro. Pero el paro se va acabando: “TIC-TAC”, como le gusta decir a tu jefe. Yo, que en los momentos mejores, cuando los dos ganábamos para vivir con cierta holgura, no juntábamos la décima parte de lo que gana cualquiera de los que ahora nos venís a dar lecciones. Yo, que jamás he estado afiliado a ningún sindicato, de esos que utilizan la amenaza y la extorsión para beneficiar a sus afiliados y solo a sus afiliados. De los que utilizan a sus contactos para chantajear a sus jefes y a sus compañeros. Yo, que he trabajado durante años con contratos de dos o tres meses. Yo, que he visto cómo en los departamentos de la universidad había que entrar con los pantalones bajados y agarrándose los tobillos con la manos. Que he visto cómo se aprobaba una plaza en la universidad como regalo de boda, porque la interina se casaba al día siguiente de la oposición. Que he visto cómo un mismo apellido se repite hasta ocho veces en más de un departamento de la Complutense.


Pues mira, no. No estoy dispuesto a que vengas tú, que en el noventa por ciento de los casos eres un niñato o una niñata universitaria, que vives en casa de papá y mamá, o que mantienes una casa en una zona de clase media-alta de cualquiera de las grandes capitales de España, a darme lecciones de nada. Aquí las lecciones no las dais los que jamás habéis hecho una cola en el INEM. Ni los que nunca habéis sido tratados como sospechosos por querer cobrar solo una parte de lo que durante años te quitan de tu sueldo. No, colega. Si quieres aprender lo que es buscarse la vida, cierra el pico y abre las orejas. Pero si lo que quieres es venir a seguir mandando y a dar lecciones de moral, como siempre has hecho en casa de tus papás y a creerte que estás salvando al mundo, lo mejor es que te vayas a tomar… el aire.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

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