Y empieza en todos los
sentidos: en el meteorológico, en el astronómico y en el político. Aunque no me
gusta escribir de política, sería absurdo obviar que las elecciones generales
de ayer fueron un fuerte revulsivo para todos: para partidos y para ciudadanos.
Y que además han marcado un punto de inflexión en la forma de hacer política,
ya que suponen el fin del bipartidismo imperfecto que hemos sufrido-disfrutado
hasta ahora. Digo imperfecto porque nunca lo fue en realidad, ya que siempre o
casi siempre el partido gobernante ha necesitado ayudarse de los votos de los
nacionalistas periféricos. Y digo disfrutado porque, en pura teoría política,
el bipartidismo es un símbolo de estabilidad de cualquier régimen. Y para
confirmarlo no hace falta más que ver cómo se conforman los parlamentos de los
países más estables y prósperos: Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, etc.
¿Por qué entonces para
nosotros resulta tan injusto? Pues sencillamente, en mi opinión, porque ese
bipartidismo se forzó -o se tuvo que forzar- en su momento a base de imponer
una ley electoral, la famosa Ley D´Hont, que favoreciera las representación
proporcional mayoritaria. Claro, para muchos de los que ahora se quejan, no sin
motivo, resulta chocante. Pero en el 77, recién salidos de cuarenta años de
régimen autoritario, sin experiencia alguna en costumbres democráticas y con un
futuro más que incierto por delante, surgieron decenas de partidos políticos. Unos
más serios que otros, por supuesto, pero todos dispuestos a presentar
candidatura sin aliarse ni coaligarse con nadie. Faltaría más, esto es España y
cada uno tiene que ser el reyezuelo de su parcela. Lo malo es que esto hubiera
dado como resultado un Parlamento con más de veinte grupos distintos. Y por
supuesto, cada uno de ellos con aspiraciones de gobernar en solitario. Para
ello, los constituyentes pensaron -erróneamente, en mi opinión- que sería bueno que los escaños asignados a
un partido, costasen menos votos en la
medida en que se presentase en menos
circunscripciones. Así se “integraría” a los nacionalistas. Inocencia digna de
mejor causa, ya que si hubiesen leído un poquito sobre la naturaleza del
nacionalismo, hubiesen comprendido que, ni los nacionalistas quieren ser integrados
ni la democracia es un asunto que les preocupe excesivamente. Por otra parte,
la Ley D´Hont lo que hace es favorecer a los partidos más votados, precisamente
con el fin de potenciar las mayorías. De manera que, cuantos más votos obtenga
un partido, menos votos costarán cada uno de sus escaños.
Entiendo que a día de hoy, y
más aún para los que no vivieron aquella época, el sistema electoral es
absolutamente injusto. Parece más lógico además que cada voto valga lo mismo
que el de al lado. Sin embargo, sorprende ver cómo se enfurruñan con los
resultados los mismos que luego dicen que Cataluña tiene que votar si quiere o
no quiere la independencia. O sea, los mismos que dicen que el voto de un
catalán vale más que el de cualquier otro español, porque para decidir si se
separa una parte de España, vale solo con los votos de esa parte de España.
Vamos, como si mi hija dice que se quiere independizar y pone un tabique en la
puerta de su cuarto. O sea, parte mi casa en dos, y encima no podemos opinar mi
mujer ni yo. Pero no solo ellos, que de todas las tendencias políticas he leído
hoy en medios y en redes quejarse hoy de lo mismo.
En todo caso, la disyuntiva
a día de hoy queda planteada de la siguiente manera: Un hombre un voto, y todos
los votos con el mismo valor para elegir a nuestros representantes; o como
actualmente, favorecer a los distintos territorios y a las mayorías, dando más
valor a su voto en la medida que ese territorio sea menor o su número de
votantes mayor. Para mí es más justa la primera opción, pero en todo caso
renuncio desde ya a imponer, como quieren algunos, reforma constitucional
alguna que no sea resultado del consenso entre todos, como se hizo en el 78.
Consenso que, por otra parte, resulta de la renuncia de cada uno a una parte de
sus aspiraciones. Por eso me parecen interesantes los resultados de ayer,
porque podemos volver a ver como vimos entonces, a los políticos trabajando por
entenderse. Cosa que por otra parte ya casi se nos había olvidado. Así que,
señores políticos, ya lo saben, a partir de ahora a negociar. Es decir, a hacer
Política.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro
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