¡Tócate las narices! Dos mil
años celebrando la Navidad y ahora resulta que lo que en realidad estábamos
celebrando era el solsticio de invierno. Vamos, que los ignorantes que hicieron
el calendario Juliano (de Julio César) y los que después lo sustituyeron por el
Gregoriano no tenían ni idea de lo que hablaban. Pues no, señores. Hemos tenido
que esperar dos mil años para que una eminencia de la Astronomía, de la
Cultura, de la Historia y de la Religión venga a sacarnos de nuestro error.
Gracias, Ada Colau. A nadie se le hubiera ocurrido nunca, de no ser por tu
inmensa sapiencia, que la Nochebuena y la Navidad coinciden con uno de los dos puntos de la eclíptica,
en los que el Sol está en el punto más alejado del ecuador celeste.
En mi época, por lo menos los votantes de izquierda tenían a cierta gala
creer que sus candidatos eran gente culta, ilustrada y leída. Ahora parece que
no. Ahora parece que para resultar elegido candidato basta con haber encabezado
el movimiento anti desahucios sin haber sido nunca desahuciada, con haber sido
actriz sin haber actuado más que una o dos veces o con haber desentrañado el
misterio de la Navidad. Bueno también tenemos al Kichi en Cádiz, ilustre
compositor de chirigotas, pero es que en Cádiz -por suerte para los gaditanos-
es mucho más difícil apreciar los cambios de estación. No digamos si además hay
que distinguir cuál es el ecuador celeste, y tiene que hacerlo el Kichi.
Dejémoslo.
Y es que ellos vienen a
salvarnos. A salvarnos de nuestras creencias y de nuestras tradiciones
bárbaras. Y además vienen a salvarnos de nuestras tradiciones bárbaras en
nombre de no se sabe qué amistad obligatoria con otras culturas no bárbaras.
Culturas en las que se apedrea a las adúlteras, se arroja a los homosexuales
desde las azoteas con los ojos vendados y las manos atadas a la espalada, y las
viudas se quedan en la puñetera calle, porque los que heredan son la familia
del marido. Aunque el dinero fuese de ella antes de casarse. Vienen a borrar
nuestros infames recuerdos de las emocionantes noches de Reyes. A que nos
arrepintamos de haber sido felices una noche al año porque íbamos a salir, a
cenar con los primos y a jugar con los juguetes de Papa Noel. Vienen a que
olvidemos las interminables horas de clase en el colegio, ensayando los
villancicos que tenían que escuchar nuestros pobres padres en la fiesta de
Navidad. A que abominemos de los recuerdos de las emocionantes tardes poniendo
el Belén con nuestros padres y hermanos, o peleándonos por poner la bola más
alta del árbol. De las heladas tardes de cabalgata, esperando horas y horas,
primero con nuestros padres y después con nuestros hijos. De las mañanas de Reyes
corriendo histéricos por el pasillo porque no se había despertado nadie… del
roscón, de las cajas de los juguetes y de la ropa nueva.
Pues por mi parte pueden
irse por donde han venido porque eso no es mi religión, es mi vida. Y no pienso
renunciar a ella.
Gonzalo
Rodríguez-Jurado Saro
No hay comentarios:
Publicar un comentario