martes, 1 de diciembre de 2015

Solsticio de Invierno

¡Tócate las narices! Dos mil años celebrando la Navidad y ahora resulta que lo que en realidad estábamos celebrando era el solsticio de invierno. Vamos, que los ignorantes que hicieron el calendario Juliano (de Julio César) y los que después lo sustituyeron por el Gregoriano no tenían ni idea de lo que hablaban. Pues no, señores. Hemos tenido que esperar dos mil años para que una eminencia de la Astronomía, de la Cultura, de la Historia y de la Religión venga a sacarnos de nuestro error. Gracias, Ada Colau. A nadie se le hubiera ocurrido nunca, de no ser por tu inmensa sapiencia, que la Nochebuena y la Navidad coinciden con uno de los dos puntos de la eclíptica, en los que el Sol está en el punto más alejado del ecuador celeste.

En mi época, por lo menos los votantes de izquierda tenían a cierta gala creer que sus candidatos eran gente culta, ilustrada y leída. Ahora parece que no. Ahora parece que para resultar elegido candidato basta con haber encabezado el movimiento anti desahucios sin haber sido nunca desahuciada, con haber sido actriz sin haber actuado más que una o dos veces o con haber desentrañado el misterio de la Navidad. Bueno también tenemos al Kichi en Cádiz, ilustre compositor de chirigotas, pero es que en Cádiz -por suerte para los gaditanos- es mucho más difícil apreciar los cambios de estación. No digamos si además hay que distinguir cuál es el ecuador celeste, y tiene que hacerlo el Kichi. Dejémoslo.

Y es que ellos vienen a salvarnos. A salvarnos de nuestras creencias y de nuestras tradiciones bárbaras. Y además vienen a salvarnos de nuestras tradiciones bárbaras en nombre de no se sabe qué amistad obligatoria con otras culturas no bárbaras. Culturas en las que se apedrea a las adúlteras, se arroja a los homosexuales desde las azoteas con los ojos vendados y las manos atadas a la espalada, y las viudas se quedan en la puñetera calle, porque los que heredan son la familia del marido. Aunque el dinero fuese de ella antes de casarse. Vienen a borrar nuestros infames recuerdos de las emocionantes noches de Reyes. A que nos arrepintamos de haber sido felices una noche al año porque íbamos a salir, a cenar con los primos y a jugar con los juguetes de Papa Noel. Vienen a que olvidemos las interminables horas de clase en el colegio, ensayando los villancicos que tenían que escuchar nuestros pobres padres en la fiesta de Navidad. A que abominemos de los recuerdos de las emocionantes tardes poniendo el Belén con nuestros padres y hermanos, o peleándonos por poner la bola más alta del árbol.  De las heladas tardes de cabalgata, esperando horas y horas, primero con nuestros padres y después con nuestros hijos. De las mañanas de Reyes corriendo histéricos por el pasillo porque no se había despertado nadie… del roscón, de las cajas de los juguetes y de la ropa nueva.

Pues por mi parte pueden irse por donde han venido porque eso no es mi religión, es mi vida. Y no pienso renunciar a ella.


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

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