Si en lugar de hoy, a esta
hora, me encontrase ocho o diez años atrás el mismo día y a la misma hora, en
lugar de estar escribiendo, estaría recorriendo las calles de Madrid con mis
hijos, sus amigos y los padres de sus amigos. Estaríamos buscando un hueco para
varios junto al Paseo de La Castellana o en El Retiro, para ver salir a los
Reyes Magos. Y pasando frío, mucho frío. Gente con escaleras, abuelos y padres,
niños con guantes, gorro y bufanda… y los pies helados. Niños que se cansan,
padres que se cansan aún más de llevarles a hombros o de guardar el sitio, madres
que calientan las manos a los niños… y emoción. Mucha emoción, ojos como
platos, ansiedad, “ya vienen”, gritos, deseos y al final, cansancio. Misión
cumplida. Después de eso Cloti, en su bar La Junta, al lado de la Junta
Municipal de Chamartín, solía esperarnos con la mesa puesta, con mantel de
papel, chocolate y picatostes para todos los niños. Y cerveza, vino o algo más fuerte
para reponer del frío de los padres. Tardes interminables, heladas, cansadas… e
inolvidables. El resto del año, La Junta era la base de operaciones de los
padres que bajábamos a la plaza con los niños: cerveza en la ventana y tertulia
en la puerta vigilando a los niños. O no.
Pero eso era cuando todavía
éramos españoles. Cuando beber en la plaza no era botellón, sino una costumbre
milenaria. Una costumbre de un país que vivía en la calle y que se había hecho
en el ágora. Donde las terrazas eran lo normal en los bares de marzo a octubre,
y donde no había calefacciones ni mantitas como en París. Cuando la Cabalgata
de Reyes no era “la gran fiesta de los niños” ni chorradas por el estilo, sino
una celebración cristiana, a la que estaban invitados todos aquéllos que
quisieran sumarse a celebrarla, fuesen cristianos o no. Cuando no se celebraban
mamarrachadas ateas alternativas, como vestir a tres viejas borrachas de
cabareteras de película del oeste, y llamarlas Libertad, Igualdad y Fraternidad. Por cierto, que si en
justa reciprocidad, la tan odiada Monarquía aplicase hoy la ley de Defensa de
la República que promulgó Azaña, esas tres musas estarían ahora en la cárcel y
les quedaría mucho para salir. Y el alcalde que les tocaba las palmas -o lo que
les tocase- también.
Con todo, hoy es un día
triste. A no más de un kilómetro del bar La Junta que ya no es de Cloti, en
este mismo distrito de Chamartín, ha ardido una casa. En ella se encontraba un
niño de seis años que, supongo que convencido de que su madre iría a salvarlo,
se quedó inmóvil en la buhardilla. Tres bomberos y dos policías municipales se han
achicharrado los pulmones intentando subir a rescatarlo, pero los cinco han
tenido que volverse atrás. Después, el SAMUR ha estado cuarenta minutos
intentando traerle de nuevo a la vida. Cuando todos los niños de Madrid estén
ateridos de frío o subidos sobre los hombros de sus padres, una madre estará
esperando que le entreguen el cuerpo de su hijo. Los juguetes, seguro que ya
comprados, habrán ardido con quien iba a jugar con ellos; hoy nadie se acostará
pronto y mañana no habrá carreras emocionadas por la escalera. Espero que esta
tarde, a la hora que escribo, haya un hueco en la cabalgata para él. Porque
luego no habrá picatostes.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro
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