martes, 5 de enero de 2016

Un hueco en la cabalgata

Si en lugar de hoy, a esta hora, me encontrase ocho o diez años atrás el mismo día y a la misma hora, en lugar de estar escribiendo, estaría recorriendo las calles de Madrid con mis hijos, sus amigos y los padres de sus amigos. Estaríamos buscando un hueco para varios junto al Paseo de La Castellana o en El Retiro, para ver salir a los Reyes Magos. Y pasando frío, mucho frío. Gente con escaleras, abuelos y padres, niños con guantes, gorro y bufanda… y los pies helados. Niños que se cansan, padres que se cansan aún más de llevarles a hombros o de guardar el sitio, madres que calientan las manos a los niños… y emoción. Mucha emoción, ojos como platos, ansiedad, “ya vienen”, gritos, deseos y al final, cansancio. Misión cumplida. Después de eso Cloti, en su bar La Junta, al lado de la Junta Municipal de Chamartín, solía esperarnos con la mesa puesta, con mantel de papel, chocolate y picatostes para todos los niños. Y cerveza, vino o algo más fuerte para reponer del frío de los padres. Tardes interminables, heladas, cansadas… e inolvidables. El resto del año, La Junta era la base de operaciones de los padres que bajábamos a la plaza con los niños: cerveza en la ventana y tertulia en la puerta vigilando a los niños. O no.

Pero eso era cuando todavía éramos españoles. Cuando beber en la plaza no era botellón, sino una costumbre milenaria. Una costumbre de un país que vivía en la calle y que se había hecho en el ágora. Donde las terrazas eran lo normal en los bares de marzo a octubre, y donde no había calefacciones ni mantitas como en París. Cuando la Cabalgata de Reyes no era “la gran fiesta de los niños” ni chorradas por el estilo, sino una celebración cristiana, a la que estaban invitados todos aquéllos que quisieran sumarse a celebrarla, fuesen cristianos o no. Cuando no se celebraban mamarrachadas ateas alternativas, como vestir a tres viejas borrachas de cabareteras de película del oeste, y llamarlas Libertad,  Igualdad y Fraternidad. Por cierto, que si en justa reciprocidad, la tan odiada Monarquía aplicase hoy la ley de Defensa de la República que promulgó Azaña, esas tres musas estarían ahora en la cárcel y les quedaría mucho para salir. Y el alcalde que les tocaba las palmas -o lo que les tocase- también.


Con todo, hoy es un día triste. A no más de un kilómetro del bar La Junta que ya no es de Cloti, en este mismo distrito de Chamartín, ha ardido una casa. En ella se encontraba un niño de seis años que, supongo que convencido de que su madre iría a salvarlo, se quedó inmóvil en la buhardilla. Tres bomberos y dos policías municipales se han achicharrado los pulmones intentando subir a rescatarlo, pero los cinco han tenido que volverse atrás. Después, el SAMUR ha estado cuarenta minutos intentando traerle de nuevo a la vida. Cuando todos los niños de Madrid estén ateridos de frío o subidos sobre los hombros de sus padres, una madre estará esperando que le entreguen el cuerpo de su hijo. Los juguetes, seguro que ya comprados, habrán ardido con quien iba a jugar con ellos; hoy nadie se acostará pronto y mañana no habrá carreras emocionadas por la escalera. Espero que esta tarde, a la hora que escribo, haya un hueco en la cabalgata para él. Porque luego no habrá picatostes.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

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