viernes, 13 de noviembre de 2015

¿Y ahora qué?

Dicen los estatutos del Partido Popular al que, supongo que por puro romanticismo, sigo afiliado, que todo aquél afiliado que pida el voto para otra formación política en unas elecciones, causará baja automáticamente. Y eso sí que no, oiga: nunca me han echado de ninguna parte por tener un comportamiento reprobable y ya, a estas alturas de mi vida,  no me van a echar. Al menos, por eso. En todo caso, me iría yo dando las gracias, las buenas tardes… y a lo mejor un portazo al salir. Pero que nadie se haga cábalas, que no voy a aprovechar este artículo para publicar ningún manifiesto incendiario… contra mis propias convicciones.

Entre otras cosas porque mis convicciones siguen intactas y son las mismas que tenía cuando, de niño, me recorría Madrid en una furgoneta pegando carteles de papel de periódico, para la campaña de Manuel Fraga en 1977. Esa campaña en cuyo acto de cierre, salimos a la calle desde la plaza de toros de Vistalegre y estábamos rodeados por una turba vociferante, que lanzaba unas piedras como las del Acueducto de Segovia. Las mismas convicciones que, ya en edad de trabajar, tenía para llegar en nombre del nuevo Ayuntamiento del PP a organizar las fiestas del Barrio de Bilbao o de La Elipa y aquello parecía más un desembarco vikingo que unas fiestas. Las mismas con las que he cogido mi coche con multa incluida para llegar en cinco horas y media a Huesca porque había un acto del Secretario General; las mismas que cuando se quedó mi mujer embarazada y sola en Madrid, porque hacía falta un responsable de campaña en Barcelona, en la municipales de 1999; o que cuando dije que me iba a mi casa, porque me pusieron a trabajar a las órdenes de una ilustre choriza, casada con el más ilustre -y famoso- chorizo que en el partido ha habido y al que todos adoraban… porque repartía cheques; que cuando con nuestros propios medios seguíamos varios amigos a un muy querido amigo senador, para hacer de apoderados en las mesas más complicadas de Guipuzcoa; que cuando le planté cara al interventor de Bildu-Batasuna-ETA en la “Ikastola Intxaurrondo”, porque quería dejar votar a un tío con el DNI vasco y no lo consiguió. Las mismas ganas que sentía de seguir trabajando a la salida de los entierros de todos y cada uno de mis compañeros concejales, afiliados o simpatizantes asesinados…

Así que no, definitivamente no tengo ningún problema ideológico. El problema que tengo es más bien ético: ¿Debo apoyar a un candidato que se ha pasado por el arco del triunfo todos y cada uno de los principios políticos por los que siempre he luchado, sin que este abandono tenga absolutamente nada que ver con la tan cacareada recuperación económica? ¿Debo, en consecuencia, devolver mi carné del partido o debo quedarme y luchar por recuperar lo que ya, en mi opinión, es irrecuperable? Y si me quedo ¿puedo abstenerme sin que esto signifique traicionar mi compromiso de no apoyar a otros candidatos? De todas formas, esta última opción no la contemplo: la abstención es el voto más absurdo e inútil de todos.

En todo caso, me temo que este mismo problema lo tienen, no solo otros muchos votantes del PP sino también muchos del PSOE. No es que me lo tema, es que lo sé porque conozco a varios. Y no ya por la corrupción consentida o amparada, que esa sabremos si la traen los partidos nuevos cuando toquen el Presupuesto. Sino por la corrupción ética y estética que supone ver a la gente a la que has votado callando ante tales barbaridades, traicionando sus propios principios para agradar al dedo salvador que le va a hacer diputado una legislatura más. Solo una más, lo suficiente para tener un sueldo vitalicio ¿Cómo no callar?


Pues ese es el problema, en mi opinión: en su día se adoptó un sistema muy disciplinado, ante el temor del desbarajuste que podría suponer la aparición de muchos partidos pequeños. Pero ese sistema está obsoleto. En los países anglosajones, el candidato responde únicamente ante sus votantes, y tiene una oficina en su circunscripción a la que acude semanal o mensualmente a explicar, a quien se lo quiera preguntar, qué ha votado y por qué. Y, lo que es más difícil, cómo encaja lo que ha votado con lo que había prometido. ¡Qué gente más rara estos rubios del Norte, con lo fácil que es vivir acusando a los demás de lo que hizo su partido en una guerra que hubo hace ochenta años! Aunque su partido no existiera entonces…

Gonzalo Riodríguez-Jurado Saro
4 de Noviembre de 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario