Dicen los estatutos del
Partido Popular al que, supongo que por puro romanticismo, sigo afiliado, que
todo aquél afiliado que pida el voto para otra formación política en unas
elecciones, causará baja automáticamente. Y eso sí que no, oiga: nunca me han
echado de ninguna parte por tener un comportamiento reprobable y ya, a estas
alturas de mi vida, no me van a echar. Al
menos, por eso. En todo caso, me iría yo dando las gracias, las buenas tardes…
y a lo mejor un portazo al salir. Pero que nadie se haga cábalas, que no voy a
aprovechar este artículo para publicar ningún manifiesto incendiario… contra
mis propias convicciones.
Entre otras cosas porque mis
convicciones siguen intactas y son las mismas que tenía cuando, de niño, me
recorría Madrid en una furgoneta pegando carteles de papel de periódico, para
la campaña de Manuel Fraga en 1977. Esa campaña en cuyo acto de cierre, salimos
a la calle desde la plaza de toros de Vistalegre y estábamos rodeados por una
turba vociferante, que lanzaba unas piedras como las del Acueducto de Segovia. Las
mismas convicciones que, ya en edad de trabajar, tenía para llegar en nombre
del nuevo Ayuntamiento del PP a organizar las fiestas del Barrio de Bilbao o de
La Elipa y aquello parecía más un desembarco vikingo que unas fiestas. Las
mismas con las que he cogido mi coche con multa incluida para llegar en cinco
horas y media a Huesca porque había un acto del Secretario General; las mismas que
cuando se quedó mi mujer embarazada y sola en Madrid, porque hacía falta un
responsable de campaña en Barcelona, en la municipales de 1999; o que cuando
dije que me iba a mi casa, porque me pusieron a trabajar a las órdenes de una
ilustre choriza, casada con el más ilustre -y famoso- chorizo que en el partido
ha habido y al que todos adoraban… porque repartía cheques; que cuando con
nuestros propios medios seguíamos varios amigos a un muy querido amigo senador,
para hacer de apoderados en las mesas más complicadas de Guipuzcoa; que cuando
le planté cara al interventor de Bildu-Batasuna-ETA en la “Ikastola
Intxaurrondo”, porque quería dejar votar a un tío con el DNI vasco y no lo
consiguió. Las mismas ganas que sentía de seguir trabajando a la salida de los
entierros de todos y cada uno de mis compañeros concejales, afiliados o
simpatizantes asesinados…
Así que no, definitivamente
no tengo ningún problema ideológico. El problema que tengo es más bien ético:
¿Debo apoyar a un candidato que se ha pasado por el arco del triunfo todos y
cada uno de los principios políticos por los que siempre he luchado, sin que
este abandono tenga absolutamente nada que ver con la tan cacareada
recuperación económica? ¿Debo, en consecuencia, devolver mi carné del partido o
debo quedarme y luchar por recuperar lo que ya, en mi opinión, es
irrecuperable? Y si me quedo ¿puedo abstenerme sin que esto signifique
traicionar mi compromiso de no apoyar a otros candidatos? De todas formas, esta
última opción no la contemplo: la abstención es el voto más absurdo e inútil de
todos.
En todo caso, me temo que
este mismo problema lo tienen, no solo otros muchos votantes del PP sino
también muchos del PSOE. No es que me lo tema, es que lo sé porque conozco a
varios. Y no ya por la corrupción consentida o amparada, que esa sabremos si la
traen los partidos nuevos cuando toquen el Presupuesto. Sino por la corrupción
ética y estética que supone ver a la gente a la que has votado callando ante
tales barbaridades, traicionando sus propios principios para agradar al dedo
salvador que le va a hacer diputado una legislatura más. Solo una más, lo
suficiente para tener un sueldo vitalicio ¿Cómo no callar?
Pues ese es el problema, en
mi opinión: en su día se adoptó un sistema muy disciplinado, ante el temor del
desbarajuste que podría suponer la aparición de muchos partidos pequeños. Pero
ese sistema está obsoleto. En los países anglosajones, el candidato responde únicamente
ante sus votantes, y tiene una oficina en su circunscripción a la que acude
semanal o mensualmente a explicar, a quien se lo quiera preguntar, qué ha
votado y por qué. Y, lo que es más difícil, cómo encaja lo que ha votado con lo
que había prometido. ¡Qué gente más rara estos rubios del Norte, con lo fácil
que es vivir acusando a los demás de lo que hizo su partido en una guerra que
hubo hace ochenta años! Aunque su partido no existiera entonces…
Gonzalo Riodríguez-Jurado Saro
4 de Noviembre de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario