domingo, 30 de septiembre de 2012

Del Honor y sus derivados


“¡Soldados! ¿Juráis por Dios o prometéis por vuestro honor…?” así comenzaba la jura de bandera que un lluvioso día de noviembre hicimos en el campamento de Santa Ana, en Cáceres. Y yo, que soy un romántico militante, juré, prometí y me creí todo lo que allí se dijo. Y es que como dijo Pedro Crespo, Alcalde de Zalamea, en la inmortal obra de Calderón de la Barca: “Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios.”

“Pobrecillo”, estará usted pensando, creerse esas cosas del honor a estas alturas del siglo. Es tanto como creer en los Reyes Magos. Y puede que tenga usted razón ¿pero dónde está escrito que es mejor no tener principios que tenerlos? Puede que sea verdad, que ya la palabra no obliga a casi nadie. Incluso que lo que no está escrito y firmado, no tiene valor alguno ¿pero no es más cierto que hay mucha gente que incumple, desprecia e ignora incluso lo que ha firmado? Pues eso y no otra cosa es, en mi opinión, el honor: estar obligado por lo que se dice, se firma o incluso por lo que se piensa o se cree. No por lo que a uno le apetece. “Honor”, “palabra”, “pensar”, “creer” ¿le dura a usted la borrachera de Fin de Año? Pues no. Entre otras cosas porque, como ya dije en su día, no celebro semejante cosa. Al menos con borracheras, que uno ya tiene edad de cuidarse.

Todo lo anterior viene a que estoy entretenidísimo descifrando un concepto que, de forma machacona, se repite últimamente en todos los medios. Me refiero a la “honorabilidad”. Como ya dije en un artículo anterior, es propio de bienhablaos alargar las palabras para parecer más cultos. Como objetivizarlas, esquematizarlas o publicitarlas. Pero es que la “honorabilidad”, a base de repetirla, se ha convertido en un concepto propio, distinto e incluso opuesto al honor. Es, digamos, el honor de los que no tienen honor: aparece una individua asegurando que sabe dónde tiene cierto futbolista un lunar, porque lo ha visto por debajo de la mesa; y dice que atentan contra su “honorabilidad” porque alguien dice que ha cobrado por contarlo. Niegan a un concejal la comisión que había acordado con una constructora; y atentan contra su “honorabilidad” cuando alguien dice que ha hablado por despecho. Pillan a otro llevándose los dineros de una fundación para niños con cáncer; y lo primero que exige es respeto para su “honorabilidad”…

Al final, al contrario que en la época de Calderón de la Barca, en la que el honor formaba parte de los principios que informaban la sociedad y los pícaros eran una excrecencia de esta misma sociedad; ahora los pícaros imponen su “honorabilidad” y el honor es un concepto rancio, marginal y pasado de moda.

Tendrá que ser así…

 
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

  

Escrito por tiroleses el 05/01/2012 12:39

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