domingo, 30 de septiembre de 2012

Faustino

 

Si hay una persona anclada a mis recuerdos del Tiro, aparte de Luis, Tere y su familia, ese es Faustino. Y no es que no tenga buenos recuerdos de otros que hayan pasado por las instalaciones del club, que los hay. Simplemente, para mí Faustino era una parte del Tiro, tan importante como cualquier otra.
Por la mañana en El Chato o por la tarde en El Tiro, cuando llegabas siempre estaba él observando, fiscalizando uno a uno a todo el que entraba, con quién entraba, con quién salía, si llevaba su bicicleta… y ese era su gran mérito, en mi opinión: a Faustino no se le veía, pero siempre estaba. Con su pesado andar, su gorrilla beige tapando su generosa calva, su nariz pronunciada y sus pantalones de mil rayas en verano. Dando vueltas por la terraza, en la barra o en “su” garita. Porque eso sí -lo siento, Ángel- esa es la garita de Faustino. Aunque después haya sido de otros, pero nadie como Faustino la ha habitado aparte de tenerla como lugar de trabajo.
Y cuando digo que a Faustino no se le veía, no lo digo de broma, que ya era motivo de diversión entre nosotros, cuando alguien aparecía con un invitado en El Tiro, decirle que se sentara directamente en la terraza. Comenzaba entonces el proceso de acoso por parte de Faustino, al más puro estilo de los programas de Félix Rodríguez de La Fuente de entonces o de National Geographic de ahora: primero, daba un par de vueltas alrededor; si veía que el invitado no reparaba en su presencia o no le llamaba el socio que le había invitado, se acercaba poco a poco hasta quedar justo a la altura de la mesa; si aun así nadie se dirigía a él, dirigiéndose al invitado pronunciaba la frase que, desde entonces, a muchos se nos ha quedado como signo de “nuestro” pueblo: “¿y tú de quién eres?” Excuso decir cómo terminaba aquello con todos conteniendo la risa pero vamos, que el invitado pagaba era algo incuestionable…
Me contaron una vez una anécdota de Andrés Mochales padre (abuelo, habría que decir ahora y deberían corroborar sus hijos si ocurrió como la cuento), que se encontraba sentado en la terraza con un ministro. Pero claro, entonces los ministros no tenían gabinetes de imagen y comunicación ni eran gente amable y sonriente, sino más bien al contrario. El concepto de autoridad era distinto en aquella época. Total, que Faustino comenzó su ritual de aproximación hasta que llegó a preguntar “de quién era” al ministro. Tensa situación que intentó remediar Andrés Mochales diciendo: “Faustino ¿va a cobrar usted al señor ministro?”, ante lo que Faustino muy ceremonioso, se quitó la gorrilla y poniéndola contra su pecho dijo: “Por muchos años. Son quince pesetas”.
Nunca definiría a Faustino como alguien cariñoso o amable, que no lo era. Todo lo contrario, su recia sobriedad castellana, le hacía aparecer como la roca o el tronco del roble. Algo entrañable en lo que nadie repara y que siempre está en su sitio. Hasta que deja de estar.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro


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