domingo, 30 de septiembre de 2012

Noches del Real Sitio

 

Con el muy rebuscado y algo cursi nombre de Noches del Real Sitio, en su quinta edición, ha tenido lugar en La Granja un ciclo de conciertos entre los días 6 y 16 de julio. Y uno que de musicólogo, entendido o melómano tiene más bien poco, pero sí curiosidad por todo lo que merece la pena ser visto, decidió el sábado ver qué era aquello. Dicho y hecho. Como la cosa se anunciaba en la recién restaurada Casa de las Flores y como no es la primera vez que regreso a casa después de un concierto, un ballet o un teatro con los huesos arrecíos por el frío y el duro suelo de granito, tomé mi manta, mi jersey y mi bocadillo de jamón, los metí en una bolsa de plástico a falta de mochila y allí me planté. Con tan mala suerte que no era en “los Jardines” de la Casa de las Flores, sino en la mismísima Casa de las Flores (muy bien restaurada, por cierto). Situación de pánico: como puede disimulé mi cutre bolsa de plástico con la manta, el jersey y el bocata, me puse en la cola con cara de enterao y adentro, que además de sentados y a temperatura humanamente aceptable, era de balde. Obviamente, dejé escapar una lagrimita recordando los dedos yertos y los riñones acalambrados en actuaciones como la de Lindsay Kemp Company o Tequendama en el Patio de Coches, Joan Manuel Serrat en el de Herradura y tantas otras en la fuente de Los Baños de Diana; o las noches de cine para supervivientes en el mismo Patio de Coches. Y es que mire usted, para mí lo del marco incomparable se lo podían aplicar por cualquier vía poco deseable en más de una ocasión, que la música, el teatro o el cine han de verse donde han de ser vistos, es decir en salas cerradas. Y en este caso concretamente, dicho sea de paso, la sala es excelente para conciertos.
Y hablando de los conciertos, un auténtico espectáculo, oiga. Mejor el del viernes que el del sábado, pero un espectáculo los dos, al fin y al cabo. Y no me venga nadie con el “yo de música no entiendo”, que de esto no hay nada que entender: te gusta o no te gusta, como todo. Lo que no entiendo yo es que haya alguien incapaz de vibrar cuando el cello sostiene una nota en el aire y el piano y el violín revolotean a su alrededor; o cuando llora el violín y le acompaña el piano con su andar pesado… Pero eso, insisto, no es cuestión de saber sino de sentir. Como no hay que entender nada de toros cuando se corta la respiración viendo a José Tomás ceñirse el toro en un natural profundo; o no hay que entender de arte para sentir la brutalidad de la guerra, pintada por Goya en dos trazos; o ante la grandeza del vencedor pintada por Velázquez en La Rendición de Breda. Tampoco es menester haber estudiado mucho para se te aceleren las pulsaciones con el vuelo de una falda o con la risa de un niño, créame.
Y es que esto del arte es como lo del vino: cuando sale un sacamantecas dispuesto a vender la burra ciega no faltan los que, a cambio de que parezca que entienden de lo que nunca han entendido, están dispuestos a aflojar hasta el último euro. Y claro, mientras haya alguien dispuesto a soltar el dinero sin preguntar, habrá alguien dispuesto a cogerlo sin contestar. Así nos va…
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro


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