domingo, 30 de septiembre de 2012

Nadie dijo nada

 

Pertenezco a ese grupo de edad que ya no tiene niños pequeños, pero todavía no tiene hijos mayores ni, en consecuencia, nietos; a ese grupo de edad donde ya sabes que a lo largo de tu vida profesional vas a ver pocos cambios más, tanto de actividad como de sueldo; donde los que se tenían que separar ya se han separado y los que no lo han hecho empiezan a recoger lo sembrado; que en El Tiro ya no pertenecemos a un grupo cerrado de amistades. A ese grupo, en definitiva, que ya no tiene -o no debería tener- limitaciones económicas ni pesadas cargas familiares. Sin embargo, cuando digo que no bebería tener esas limitaciones, me refiero a lo que en teoría debería estar pasando pero no pasa. Dicho de modo inverso, nada de lo que está ocurriendo debería estar ocurriendo. Como por ejemplo, que un padre de familia rondando los cincuenta, se quede en paro y sin ninguna perspectiva. O que cierre un negocio después de veinte o treinta años de sacrificios. O que un banco no acepte que se le pague con un piso cuyo valor él mismo ha tasado y ahora no reconoce. Y tantas y tantas cosas que nos han hecho caminar por la vía de la desconfianza, después del miedo y ahora nos llevan camino del pánico.
El Jueves Santo asistí a una escena que, de haber tenido lugar hace no más de un año, nadie la hubiese creído. Imagine, el que no estuviera, un lluvioso primer día de vacaciones para muchos en El Tiro. Reencuentros, chimenea, preguntar por el trabajo y la familia; “mañana, mus”; “Javi, otro whisky”, “¿qué tal todo?”... y nada más. Nada más porque lo que hubiera venido a continuación, en situación normal, hubiera sido tener que elegir entre las tres o cuatro cenas que, de manera espontánea se habrían organizado: los más mayores en Martinho o en el Roma, los más numerosos en El Hábito, en Valsaín o en el Rhintin y los que tuvieran niños en Tres Casas o en La Alameda… pues ninguno. Y cuando digo ninguno, es ninguno. Al menos que yo viese u oyese. Y es que, a propósito, me propuse saber si se iba a organizar alguna cena. Eso sí, sin preguntar a nadie porque sabía que casi nadie venía dispuesto a “tirar la casa por la ventana”. Y efectivamente nadie preguntó, ni mucho menos aceptó salir a cenar ese día. Al menos que yo sepa, insisto, que no quiere decir que no los hubiera. Lo que trato de hacer notar es que ya no es “lo normal”, que unos y otros andamos tentándonos la cartera y que no nos faltan motivos. O, sencillamente, que ya no nos parece una carga insoportable decir que no. Entre otras cosas, porque tenemos cargas aún más insoportables.
¿Hemos cambiado y nos hemos hecho viejos? Yo creo que no, que más bien nos hemos chocado de frente con la realidad. Y con una realidad nada agradable, por cierto. Una realidad que pasa no solamente por una crisis económica que ya nos afecta a todos, o a casi todos, sino además -como ya dije en un artículo anterior- por una crisis moral, política, ética… y hasta estética. Un ejemplo: ¿alguien sabe cuántos catedráticos tenemos como socios del Tiro? Pues hay más de uno y muy buenos, cada uno en lo suyo ¿Ignoraría, en cambio, alguien la existencia de un socio del Tiro que hubiese participado en Gran Hermano? ¿O que hubiera un futbolista de segunda división entre nosotros? Pues ahora pensemos lo que han aportado el fútbol o ese infecto programa de televisión o a nuestras vidas y lo que nos han aportado las Letras o la Ciencia… Otro ejemplo ¿miraríamos indiferentes como un mocoso de ocho o nueve años insulta a su abuela, jaleado con gran regocijo por su padre? Pues yo lo he visto en El Tiro y nadie dijo nada, incluido yo.
Habría muchos más ejemplos de cómo no se debe ser o estar y que, aunque no denoten una forma de actuar propia y exclusiva del Tiro, si han tenido lugar en El Tiro y eso es lo que nos debería preocupar a nosotros. Si es que todavía nos preocupa algo más que nuestro propio ombligo, claro…
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro


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