domingo, 30 de septiembre de 2012

La generación más tonta de la Historia


Esa es a la que pertenecemos aquéllos que nacimos en torno a los años sesenta -y alrededores- del siglo pasado. Es difícil encontrar otra generación que, habiéndolo tenido todo, haya tenido tantas limitaciones.
Y es que, si lo pensamos bien, somos los únicos que nos hemos tenido que esconder de nuestros padres para fumar; y ahora, si queremos fumar, nos tenemos que esconder de nuestros hijos. Somos los únicos a los que han educado con cachetes, azotes y capones; y tenemos que educar a nuestros hijos “en el diálogo”. Jamás nuestros padres vinieron a vernos jugar un partido de fútbol o baloncesto un sábado al colegio; y que se te ocurra ahora no ir a ver a tu hijo. Cuando llevábamos una nota del profesor a nuestros padres, era para que éstos nos regañaran; mientras que si ahora nuestros hijos nos traen una nota del profesor, es para que vayamos a que éste nos regañe. El sexo era pecado, cuando no peligroso para tu salud; y ahora resulta que es sano, recomendable y hasta bonito. Nos hicieron estudiar una carrera universitaria “porque si no, no vas a ser nadie”; y ahora las listas del paro están llenas de “álguienes” y los que tienen cierta seguridad son los que empezaron a trabajar y a montar negocios con dieciocho años. Luego alguien descubrió que además de carrera había que tener un “master”. Es decir, lo que toda la vida se han llamado unas prácticas o una pasantía, pero que te cobraban en lugar de pagarte. Nos dijeron que la FP era para los que no valían para estudiar; y ahora firmaríamos porque nuestros hijos ganaran lo que cualquiera de los que estudiaron FP. Estudiamos unas matemáticas “utilísimas” a base de conjuntos y subconjuntos, que jamás hemos aplicado a nada útil en la vida ni en el trabajo. Aprendimos unas catorce formas distintas -a cuál más ridícula- de analizar las palabras y los textos y al final los adjetivos siguieron siendo adjetivos; los pronombres, pronombres; y los verbos, verbos. Cuando salíamos, andábamos kilómetros de ida y vuelta con tal de no gastar en el metro o el autobús las pocas pesetillas que habíamos juntado para salir; y ahora hacemos cola de madrugada a las puertas de bares y discotecas para que nuestros hijos vuelvan a casa en coche, calentitos y sin andar, que les puede “pasar algo”. ¡Qué demonios, mira que he andado horas y horas por la noche en Madrid con mis amigos y nunca nos ha pasado nada! Eso era precisamente lo que buscabas, que “pasara” algo… Eso por no hablar de La Granja, donde sí que tenías posibilidades reales de que te pasara algo. Sobre todo en fiestas. Y vaya si nos ha pasado, pero aquí estamos.
Definitivamente, algo hemos hecho mal pero no sé el qué.
Gonzalo Rodríguez-Jurado



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