domingo, 30 de septiembre de 2012

Nuevas costumbres, viejas manías

Hubo un antiguo veraneante y residente en La Granja, aventurero, intelectual, autor y director de cine y de teatro, viajero infatigable y diplomático, aunque esto último de carrera que no de “carretera”; y me consta que buena persona y amigo de sus amigos que eran, entre otros, Tono, Lorca, Falla, Foxá... No, no voy a hablar de Ramón Estalella Pujolá, que quitando lo de director de cine y teatro, que no me consta que lo fuera, encuadraría perfectamente en la descripción anterior, aunque él sí que ejerció su carrera diplomática. Me refiero, en cambio, al cuarto Conde de Berlanga de Duero: a Edgar Neville.
Pues bien, decía Neville -o dicen que decía, que yo no se lo he leído en ninguna parte- que la diferencia entre una española y una francesa es que, mientras que la francesa es una señora en la calle, una cocinera en la cocina y una puta en la cama; la española es una puta en la calle, una señora en la cocina y una cocinera en la cama. Desde luego la frase, si no es suya, bien merecería serlo. Por lo menos, le pega bastante. Sin embargo tengo para mí que, siendo ingeniosa, la comparación podría valer para la época de Edgar Neville pero no para nuestros días. ¿Y por qué? Pues sencillamente, porque en la época que nos ha tocado vivir, aunque sin guerra civil -de momento y esperemos que nunca más- se han trastocado todos los elementos del orden social que él conociera. No ya en lo que atañe a la diferencia entre las españolas y las francesas, que de todo habrá en ambos países, sino al lugar que cada uno -cada una, en este caso- ocupa o debe ocupar en la sociedad. Así, ahora las putas pasan sin problema a ser tratadas como señoras, las señoras pasan con gran dignidad a trabajar como cocineras y las cocineras a veces tienen que acabar de putas. Afortunadamente, no todas y no siempre.
Lo que quiero decir es que ninguna que se salga de “su lugar” para pasar al “otro”, despertará la más mínima extrañeza, ni siquiera comentario ni será, como se decía entonces, “piedra de escándalo”. ¿Y eso es malo? Se preguntará usted. Pues mire, no. Y no solamente no es malo sino que, habiendo vivido lo que uno ha vivido en La Granja, es toda una liberación… por lo menos en lo que atañe a los “cotilleos”. Ya dejé ver en un artículo anterior que estoy completamente a favor de sustraer de los mismos la vida sexual de las personas, en concreto me refería a las mujeres, pero vale también para los hombres. Es más, en este caso me refiero en concreto a la de los hombres, que todavía hay quien escupe con rabia, con desprecio o con guasa la palabra maricón. Si Edgar levantara la cabeza…
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

2 comentarios:

  1. Me escribe un amigo que prefeire no dar su nombre y, amablemente, me hace llegar la siguiente anécdota, que viene al caso:
    Cuentan que Edgar tenía un conocido muy próximo homosexual, a quién su madre decidió llevárselo a Roma a que le acompañara a una audiencia con el Papa, para ver si se le pegaba algo. Una vez en el Vaticano, después de un rato de espera, les hicieron pasar a la sala donde apareció Su Santidad. Se saludan, y la condesa de Loquefuera presenta a su hijo. Su Santidad le pregunta por su edad, y luego por su profesión, a lo que su hijo, algo resuelto responde que es ingeniero industrial. Termina la audiencia, y a la salida su madre no puede más e indignada le recrimina el haber mentido a Su Santidad -en el Vaticano- al responderle sobre su profesión. Su hijo le mira y dice: "¿Que querías que le dijera mamá, que soy la puta de Torremolinos?"



    Escrito por Gonzalo 11/11/2011 17:19


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  2. Una segunda anécdota, relativa a este tema, es la que me contó alguien que la presenció: una ilustre norteamericana, casada con un conde español; casa de (mucho) campo en Extremadura y fiesta por todo lo alto. Esto incluye a los gitanos tocando las palmas y la guitarra, aunque ahora se debe decir los miembros de una minoría étnica con fuertres raíces identificativas, pero al final es lo mismo.

    Total, que la señora condesa no paraba de "tocar las narices" a los palmeros: que si "no pongas los pies ahí", que si "cuidado con el pitillo"... hasta que uno de ellos se hartó y, dirigiéndose a su compañero en alto, para que todo el mundo pudiera oírle le dijo: "¡Mira ésta lo que se cree porque es condesa! Lo que no sabe ella es que yo soy condesa de Tal mucho antes que ella..."

    A partir de ahí, supongo que la fiesta no duraría mucho más, claro.

    Escrito por Gonzalo 11/11/2011 17:37


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