domingo, 30 de septiembre de 2012

El carril bici

 

A todo alcalde que quiere enorgullecerse de las mejoras que ha conseguido para sus conciudadanos se le ocurren dos cosas “originales”, de las que luego presumirá todo el resto de su vida. Para su ejecución -eso sí- se suelen valer de los fondos que a tal efecto le sueltan los ministerios, las comunidades autónomas o las diputaciones provinciales. Cuatro administraciones que sostenemos los ciudadanos con nuestros impuestos, para que luego digan que no se puede recortar más…
Se les ocurre, digo, en primer lugar peatonalizar el centro de sus respectivos municipios, con el “nada” demagógico argumento de ganar espacio para el peatón en detrimento del automóvil ¿Y esto es malo? Pues depende. Si usted no tiene un local comercial al que tenga que llegar mercancía en camión todos los días; ni la entrada de su garaje se queda en mitad de una calle peatonal; ni tiene un taller de lavado y engrase en la calle Mayor; ni viene diariamente una camioneta del Centro de Tercera Edad a traer y a llevar a su abuela; y además el autobús que a diario recoge a sus hijos para ir al colegio no se ve afectado; no es malo. En todo caso, como toda obra o reforma que se haga para todos y con el dinero de todos, tendrá detractores y partidarios. Incluso apasionados, que parece que cada cosa que hace nuestro ayuntamiento nos afecta muchísimo más que cualquier decisión del Gobierno, de Bruselas o de la mismísima ONU. De momento en La Granja, aunque parece que a alguien le ha dado por jugar a “quetecambio-lasdirecciones”, estamos a salvo de semejante “mejora para todos y todas”. Ora pro nobis.
Otra de las mejoras sin la que, por lo visto, ningún municipio puede entrar en el siglo XXI es el carril bici. Y también afortunadamente, estamos a salvo de él en La Granja, donde he montado en bicicleta desde que he tenido uso de razón, hasta que he dejado de tener cobertura por imprudencias en mi seguro. Y nunca hemos necesitado un carril específico para ello. Lo más parecido que hemos tenido era el “terraplén” que había a la entrada del Tiro, donde nos hemos hecho brechas, chichones, rasponazos y todo tipo de mataduras propias de esta actividad que, aunque no lo sabíamos, era de alto riesgo. Y no solo no lo sabíamos, sino que si a alguno se le hubiera ocurrido aparecer por allí vestido de marciano con casco, coulotte, rodilleras y coderas, seguramente habría acabado en el pilón, en un charco o en lugar peor. Para nuestra desgracia, el terraplén se tapó y se cercó hace años, enterrando en él horas enteras de juegos, peleas, primeros amores y decepciones. Otros vendrán.
Del que no estamos a salvo es del carril bici que llega desde Segovia hasta la rotonda del embalse. Este tiene además la peculiaridad de que discurre en paralelo a un segundo carril, este para peatones, por el lado opuesto de la carretera. Pues bien, nunca he visto a los paseantes o corredores hacer uso de “su” carril. No se sabe por qué extraño sortilegio el carril exclusivo para ciclistas está completamente lleno de jubilados en chándal. O prejubilados o autónomos o fijos discontinuos, que tanto da. El caso es que se distingue perfectamente si los que de manera tan abusiva y peligrosa ocupan el carril que no les corresponde lo hacen con intención de dar un paseo, de hacer deporte o sencilla y llanamente de molestar lo más posible. Por su atuendo, dirá usted. Pues no, que éste es el chándal en los tres casos. Pues por la velocidad que lleven. Tampoco, que es siempre la misma ¿Cómo, pues? Por la postura de sus codos. Me explico: en la medida que el molesto paseante considere que está haciendo deporte, separará más los codos de su cuerpo. De esta manera, un ciudadano en chándal y con los codos pegados a su cuerpo, podrá ser identificado, sin miedo a equivocarnos, como un sencillo paseante. Si, por el contrario, sus antebrazos forman ángulo de cuarenta y cinco grados con su torso, estamos sin duda ante un poco concienciado deportista. Es decir, uno que sabe que el deporte es beneficioso para su salud, pero que preferiría estar jugando una partidita. Si, por último, sus antebrazos forman un perfecto ángulo de noventa grados con su cuerpo, y sus codos se abren como queriendo echar a volar o interpretar la final del mundo del baile de Los Pajaritos, y su mirada otea una cuarta por encima del horizonte, estaremos indefectiblemente ante el más peligroso de los tres ejemplares. Me refiero al deportista concienciado. El mismo al que le resulta absolutamente indiferente que hayan sembrado el carril bici de letreros indicando que es un carril exclusivo para bicis; y que los paseantes deben ir por el otro carril; y de señales que indican el peligro de andar paseando por allí… es igual: lo que está haciendo es lo que HAY que hacer y nada ni nadie va a impedírselo. Y no seré yo, desde luego, quien lo intente; haga cada quién lo que tenga que hacer, pero es que hay veces que, de verdad, le dan a uno ganas de bajarse del coche.
Como dice mi prima la Paqui de Kentucky, allá ande cada cuál por sus propios derroteros. No confundirla con mi otra prima Paqui, la de Milwaukee, que tenía un marido carnicero pero no sé que fue de él.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro


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