domingo, 30 de septiembre de 2012

Los comodines del Bienhablao

Concluimos diciendo hace semanas, cuando hablábamos de ese peligrosísimo espécimen al que denominamos el Bienhablao, que si damos más importancia a cómo decimos las cosas que a las cosas que decimos, normalmente acabaremos no diciendo nada. “Complicadísimo” juego de palabras -solo apto para avezados lectores como usted- con el que quiero introducir tres de los múltiples comodines que, de manera explícita y machacona, nos sacuden los bienhablaos cada vez que nos despistamos. Y con despistarnos me refiero a bajar la guardia en cuanto a lo que leemos, escuchamos y/o, en el peor de los casos, nos insuflan por cualquier vía poco deseable desde la televisión.
Por lo que se refiere a los bienhablaos de la política hay una frase fantástica que, uno tras otro, he ido oyendo decir de los cuatro últimos presidentes del gobierno. Y no sólo eso. Además me consta que alguno de ellos se la ha tomado en serio y hasta se la ha creído. La frasecita en cuestión, carente de todo significado lógico, cómo no, suele partir del entorno del homenajeado y a continuación va cayendo en cascada entre ministros, subsecretarios, directores generales, periodistas, afiliados, simpatizantes… y así hasta convertirse en dogma. Me refiero, como sin duda ya habrá intuido alguien, al “manejo magistral de los tiempos” que se suele atribuir al Líder Máximo ¿Y qué quiere decir eso? Se preguntará usted. Pues usted lo que es, es un provocador, un desestabilizador y un ser digno de toda sospecha y desconfianza. Por supuesto, el “manejo magistral de los tiempos” es la capacidad que tiene el Presidente para administrar sus silencios ¿o es que usted tampoco se ha dado cuenta? Bueno, para ser sinceros, se trata de un juego muy sutil, del que solamente nos percatamos los que formamos parte de su entorno… y algunos allegados un poco más avezados, claro. Pero no le quepa a usted duda de que como vaya por ahí haciendo estas preguntas, jamás llegará a nada en este negocio.
El segundo concepto-comodín de los bienhablaos para deshacerse en loas sobre algo o sobre alguien, sin haber dicho absolutamente nada, es uno que a mí me tiene absolutamente fascinado. Me refiero al adjetivo Mágico. ¿Qué te quieren sacudir un plomazo de película infantil de inminente estreno? Es mágica. ¿Qué te quieren vender un viaje a Disneyland París en el que te van a cobrar hasta el agua que bebas? No importa, porque es mágico. ¿Qué quieren quitar a las navidades todo su contenido religioso o familiar y presentarlas como la gran fiesta del consumo desbocado? Eso está hecho, son mágicas… Pero lo mejor de todo, lo que en mi opinión merece una ovación en pie, es la gran tomadura de pelo de la “Noche Mágica de los Oscar”. O de los Goya o de quien los trujo. ¿Y por qué una tomadura de pelo, si es un derroche de glamour? Pues por eso, precisamente. Primero porque ese malhadado concepto de glamour no es otra cosa que lo que toda la vida se ha llamado sofisticación en castellano. Y desde luego, a pisar una alfombra roja, con barba de tres días, en camiseta o vaqueros, o con minifalda y tacones de whiskera de la N-IV, se le puede llamar de todo menos sofisticación. Más aún: no me parece mal que se reúna la gente del cine para darse premios a sí mismos. Lo que me parece una tomadura de pelo es que encima se emocionen ¿o solo hacen “como que” se emocionan…? No lo sé, pero no me imagino al Colegio de Abogados reuniéndose para dar el premio a la mejor toga del año; ni al de Arquitectos premiando la mejor mezcla de cemento; o a la Asociación Nacional de Pediatría dando el premio “a toda una carrera”. Ni a los imaginarios premiados haciendo un discurso para nombrar a todos sus conocidos, desde el colegio hasta ese momento. Ni mirando al cielo para recordar a la pobre Tía Eduvigis “allá donde esté”, que nos dejó ahora hace un año… ¿Dónde crees tú que va a estar, Aristóteles?
En fin, a por el tercero, que nos estamos desviando. Y es que el tercer comodín de los bienhablaos, también se utiliza frecuentemente en el ámbito del cine. Se trata de otro adjetivo también polivalente, aunque solo lo sea para los que no saben muy bien cuál es su significado. Y este adjetivo no es otro que Definitivo. Para la RAE, “que decide, resuelve o concluye”; para los bienhablaos, lo último, lo mejor, el no va más… Así, podemos ver unas catorce o quince películas “definitivas” sobre el desembarco de Normandía; treinta sobre el bombardeo de Pearl Harbor; cuatrocientas ocho sobre la guerra de Vietnam; setenta y cinco sobre la II República y la Guerra Civil; treinta sobre milicianas-madres-amantes-poetisas amigas de García Lorca; y cuarenta y siete sobre sádicos señoritos terratenientes explotadores. Eso por no hablar de las trescientas versiones definitivas de la Casa de Bernarda Alba en cine, teatro, danza y música. O de la fusión definitiva del arte de la danza y del caballo, consistente en una señorita bailando flamenco mientras un caballo hace cabriolas alrededor.
Definitivamente, nada que añadir.
Gonzalo Rodríguez-Jurado


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