domingo, 30 de septiembre de 2012

Las Tres Fiestas

 

En el artículo que publiqué en este mismo blog, el día 22 de agosto y en el que hablaba de la celebración de La Sargentada, me refería a “tantas estupideces que tenemos que “celebrar” a lo largo del año”. Y como no me gusta dejar cosas en el aire ni sobreentendidas, paso a enumerar algunas de las que considero como tales. No obstante, antes quiero dejar claro mi más absoluto respeto y, en ocasiones, admiración por las personas, tanto los vocales como los contratados, que organizan actividades infantiles en El Tiro; así como por su trabajo, tantas veces admirable.
 
Y dicho esto paso a comentar la que considero tercera fiesta más hortera del año. No por sí misma, que en su día estoy seguro de que tuvo su razón de ser e incluso me consta que hubo quien la celebraba de manera bastante digna, sino por aquello en lo que se ha convertido: lentejuelas, serpentinas, gritos, lencería roja, cava… me refiero, cómo no, al Fin de Año. Y hablando de cava ¿alguien ha caído en la cuenta de que tanto el cava como el Champagne no son otra cosa que un vino? Lo digo porque esa costumbre de tomarlo después de cenar, incluso después del café, es absolutamente demoledora para la cabeza, el hígado y el estómago ¿haría usted lo mismo con un Rioja, un Jumilla o un Pitarra? Lo entiendo, yo tampoco. A lo que vamos: tanto la mencionada y aterradora costumbre de la lencería roja, como la del pié derecho, el anillo dentro de la copa son para mí, en sí mismas, la máxima expresión del mal gusto y de la falta de imaginación para divertirse. No diré, porque mentiría, que no he asistido y celebrado como el que más una fiesta de Fin de Año, faltaría más… pero de otra manera. Como la que creo que se celebra, con gran éxito de público, todos los años en El Tiro. Es más, me consta que vienen por decenas socios y no socios, específicamente para esa fiesta. Punto para los de casa, pero para mí el año sigue terminando en agosto.
 
La segunda por méritos propios en esta escala del terror festivalero es, sin discusión alguna, el Carnaval. Y es por esto y no por otra cosa por lo que me refería al principio de este artículo a los que organizan las actividades en El Tiro, porque me parece una fiesta únicamente aceptable para los niños. ¿O es que hay alguien que pueda comparecer dignamente ante su jefe, ante su cliente o ante su propia familia al día siguiente de haberse paseado vestido de Drácula, de Adán en El Paraíso, de romano o de magnolia? Eso por no hablar de los que aprovechan la situación para travestirse y, de paso, dar salida a la fiera que llevan encerrada. Que no son pocos, por cierto. Pero es que, hasta para ese supuesto, se requiere buen gusto. Y el buen gusto es lo primero que resulta vilmente atropellado en el noventa y nueve por ciento de las fiestas de Carnaval. No discutiré, porque desgraciadamente no lo conozco, nada acerca de celebrar un baile de Carnaval en un palacio en el Gran Canal de Venecia, pero supongo que cambia mucho. Fue Don Julio Caro Baroja, de manera magistral, quien primero escribió acerca del objeto del Carnaval como subversión de las costumbres previa a la Cuaresma. Pero oiga, es que a partir de ahí muchos que ni siquiera sabían quién era Don Julio, se lanzaron a hacer el ridículo sin pudor, apoyándose en lo que alguien les había dicho que había dicho un tío que sabía mucho de esto. Los políticos especialmente, y los ayuntamientos más concretamente. Esto fue en los años ochenta y hasta la fecha no hemos mejorado nada. Paciencia y barajar.
 
Pero si estas fiestas pueden ser de mejor o peor gusto; más o menos originales; o más o menos vistosas, la que para mi gusto resulta del todo inaceptable es el Jalogüín ese. Y es que, vamos a ver, en primer lugar ¿qué es lo que se celebra ese aciago día? ¿Alguien puede decirme quién era y cuál fue el mérito de San Halloween? Más aún: ¿cuál es la gracia de ir por la calle arrastrando mortajas? ¿Y la de ir pidiendo caramelos por las casas? Pues usted me dirá que es una costumbre muy arraigada en los Estados Unidos. Y lo es. Pero es que resulta que, para todo lo demás los Estados Unidos son el mismísimo Demonio. Especialmente para la gente que se apunta a imitar sus costumbres. Paradojas de mi España… sin embargo no copiamos la moral calvinista del mérito personal, el trabajo, el ahorro y todas esas cosas tan desagradables que tienen los yankees. Si usted le pregunta a un estadounidense rico si tiene mucho dinero, probablemente le responderá eso de “soy un hombre afortunado, tengo más dinero del que puedo gastar”; y seguidamente creará una universidad o una fundación a través de la cual podrá devolver a la sociedad lo que de ella ha obtenido. Ahora pregunte a un español si tiene dinero. Primero, se ruborizará; a continuación, lo negará tres veces como San Pedro; y por último le acusará a usted de tener muchísimo más dinero y más suerte y mejores palos de golf… Y es que, mientras sigamos copiando las estupideces y no las cosas útiles, seguiremos celebrando Jalogüín. Lo dicho, paciencia y barajar.
 
 
Gonzalo Rodríguez-Jurado


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