domingo, 30 de septiembre de 2012

Peladilla

 

Recuerdo que, al principio de llegar a La Granja con mis padres y hermanos, en torno al año 73 del siglo pasado y teniendo yo unos inocentes once años, una de las cosas que más me extrañaban de este pueblo era que todos sus vecinos fueran iguales. Pero iguales físicamente, como si todos fueran gemelos. Todos a excepción del señor Juan y la señora Juliana, porteros de mi Casa de Oficios, que entonces sí los había. Gente entrañable, desde luego, de la que ya no queda.
Y digo que eran todos iguales porque si ibas a dar un paseo a Los Jardines, el guarda que te encontrabas en la puerta con gorra de plato era exactamente igual que el jardinero que habías visto el día anterior recortando los parterres con un mono; y este a su vez tenía un parecido casi idéntico con el tipo del pañuelo con cuatro nudos en la cabeza que había estado el día anterior dando yeso en la pared de tu casa, después de que un fontanero en camiseta, también igual a los anteriores, hubiera sacado una tubería de un baño al otro. Por supuesto sin que se enteraran en las oficinas del Patrimonio. La cosa podía rayar en la esquizofrenia cuando, por la tarde ibas al cine y otro tío igual que todos los anteriores, con un chaleco sin mangas, te cortaba la entrada y un segundo clon con una linterna te acomodaba en la butaca. En la silla de madera del entresuelo más bien, pero en fin.
Mis dudas se fueron disipando cuando, poco a poco, fui comprendiendo que no es que todos los de La Granja fueran iguales, sino que era siempre el mismo. Y ese ser ubicuo no era otro que Ladislao Ayuso, El Peladilla. O, como él mismo dijo una vez a mi padre, que tenía la costumbre de llamar Jóse a todo el que no sabía cómo se llamaba: “Me llamo Peladilla, señor conde, Peladilla. Y si me quiere llamar por mi nombre, Ladislado”. Porque esa es otra, Peladilla tenía a gala conocer a todos los condes, condesas, marqueses, marquesas, “duqueses”, duquesas, barones, “barona” -que "barona" solo hay una-, “principeses” y “principesas” que en La Granja fueran. Y los trataba y hablaba de ellos con una pompa y una ceremonia casi portuguesas. Sin servilismo, pero con gran orgullo de conocerlos a todos. Y es que además los conocía y le conocían a él. Y difícil fuera que no le conocieran porque, como digo, se estropease lo que se estropease en casa -y cuando se estropease, que no es un detalle menor- había que llamar al Pela.
Decían que Peladilla había escapado del infierno del alcohol, pero cuando yo lo conocí esto ya era historia, gracias a Dios. A Dios y a él, que de estas cosas si tú no sales, no te saca nadie. Y no haré juegos de palabras, que me merece mucho respeto el tema. Sin embrago, algo debió torcerse al cabo del tiempo, una última embestida de la vida que el Pela no supo aguantar. O no quiso o no tuvo más fuerzas. Me contaron que, como siempre ordenado y disciplinado, dejó en el pilón de granito del puente su cartera, su cadena y su reloj. Después, supongo, haría un esfuerzo más de valor y desapareció en el agua del pantano para siempre.
Como decía la vieja canción que una y mil veces hemos cantado en La Granja:
“Sabe Dios qué angustia te acompañó,
qué dolores viejos calló tu voz…”


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro


4 comentarios:

  1. Una vez mas fantastico tu articulo. Enhorabuena gonzalo

    Escrito por Vicente 02/07/2012 23:01


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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Menos mal que has mandado este blog a mi padre, que no tenía ni idea que existía.

    Me emocinan los pocos artículos que he podido leer. Es un maravilloso descubrimiento.

    Enhorabuena y te seguiré.

    Escrito por Teresa Estalella 18/07/2012 12:49


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  4. Gracias, Teresa. Encantado de que lo sigas y que participes. Como verás, está abierto a todas la opiniones. Un abrazo

    Escrito por Gonzalo 18/07/2012 13:27


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