domingo, 30 de septiembre de 2012

El Bar de Cuca

No siempre fue el Bar de Cuca, que anteriormente -y durante muchos años- lo fue de Tachuela. Y es posiblemente de aquella época de donde tomó su aura de isla de costumbres relajadas (no se me interprete mal, que todos eran muy decentes), en un mar de costumbres encorsetadas. Estoy hablando de los años 70 y principio de los 80, y estoy hablando de Tachuela, un tipo sencillamente genial, divertido, amable y, no por extravagante, menos señor. Que de esos cada vez quedan menos. En su bar podías encontrar todo tipo de gente, aunque sería osado por mi parte meterme a analizarlo, puesto que entonces yo solo aparecía por alli acompañando a mi padre, amigo suyo de siempre, por otra parte. Lo que sí recuerdo es que siempre te recibía con un "¡Feliz Año!". Para saber más de él, recomiendo un buen artículo de su hijo Lorenzo Tasso Vilallonga en http://www.cronicasgabarreras.com/08/html/cine08_03.html Recuerdo además, que sus hijos mayores, de los que no he vuelto a saber nada pero supongo que siguen por La Granja, se llamaban Pipo y Pipa. Sean bienvenidos si quieren venir por aqui los Middleton, pero que no se crean originales.
 

Del que sí puedo hablar y no callar es del Bar de Cuca, en el que he pasado las noches de los que, posiblemente, fueran los veranos más entrañables de mi vida. Y quien dice entrañables, dice divertidos. Recuerdo que, como punto de partida todas las noches, lo primero era bajar "a Cuca". Y desde alli, después de varias horas y algún que otro DYC con Coca-Cola (y suponiendo que nadie se arrancara por cuecas, zambas y chacareras en la planta de abajo), a Segovia, al Chato o a donde la Madre Fortuna quisiera llevarte a dar con tus huesos. Ya conté en un artículo anterior, que por desgracia se borró del blog, en qué consistían las "noches del Chato", en las que unos cuantos aportamos a la Ciencia un invento que no se ha generalizado hasta la actualidad. Me refiero al botellón. A ver si algún día puedo rehacer aquel artículo, porque como tenga que aprender a manejarme en el diabólico inframundo de la informática y las páginas güeb para no seguir perdiendo artículos, estamos listos.
 

Siempre he pensado que, contra todo lo que se diga, el éxito fracaso de un bar depende casi en exclusiva de su dueño. De su dueña, en nuestro caso, que de no haber sido el Bar de Cuca y haberlo sido de Perico o de Maruja, estoy seguro de que nunca hubiera sido el mismo. Jamás vi a Cuca una mala cara con nadie, como jamás le vi amilanarse ante ningún broncas, ningún borracho ni ningún pesado. A lo mejor por eso no había peleas en su bar. Por eso y porque el ambiente acompañaba, claro.
 

En la actualidad, el bar de Tachuela y el Bar de Cuca son la Librería Farinelli. También, cómo no, una gran librería y un remanso de paz en un mar de costumbres ya nada encorsetadas, gracias a Dios. Igual nos hemos pasado para el otro lado.
 
Gonzalo Rodríguez-Jurado

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